Dante tuvo que hacer esfuerzos para distinguir la carretera que se diluía a través del parabrisas mientras iba al volante. ¿Cuánto tiempo habría transcurrido desde el último poblado?, ¿media hora, una quizá? El tiempo parece estirarse a su antojo cuando conduces bajo la lluvia en una carretera rodeada de un bosque oscuro e impenetrable.
Aún faltaban algunas horas para llegar a Santiago donde los esperaba el resto de la familia. De súbito, su primo Fabián le preguntó: «¿Ey Dante, acaso no es una gasolinera lo que se ve allá?» Y sí que lo era, y tras el luminoso amarillo y rojo se distinguía una hostería. ¡Qué suerte y qué alivio!, podrían llenar el estanque y sus estómagos. Dante aparcó en la entrada y ambos primos buscaron refugio de la lluvia que caía copiosa.
El lugar estaba completamente vacío. Sus mesas limpias y perfectamente ordenadas daban la impresión de que ningún turista lo había visitado en días. Fabián tomó un par de menús del montoncito apilado sobre el mostrador y presionó la campanilla del timbre plateado ubicado al costado. «Tengo tanta hambre que me comería un caballo, ¿no tienes hambre tú?», preguntó Fabián a Dante. Y cómo no iba a tener, si venía conduciendo desde el mediodía y sin parar. Así no hay quien resista, y con todo esto de la cremación del tío Norberto. Se le veía tranquilo a Fabián a pesar de la muerte de su padre, sin duda algo de la personalidad entusiasta había heredado de él. Él era el tío Norberto, quien, convertido ahora en cenizas, los acompañaba dentro de una sólida caja de madera. Dante solía decir que, de todos, el tío Norberto era su preferido y por un momento le pareció increíble que estuviera muerto, y que estuvieran conduciendo sus cenizas hasta la capital. Si hacía tan solo tres días habían estado juntos buceando en las profundidades del mar en el puerto de Talcahuano, y de pronto el infarto. ¿Y si tío Norberto no estuviera muerto, y aquella caja que les entregaron el día anterior en el crematorio contuviera las cenizas de un árbol o un venado, cuánto tiempo tomaría en revelarse la broma?, pensó Dante peleándose con la resignación.
Sentados a la orilla de la ventana los primos esperaban que alguien apareciera para atenderlos. Desde ahí Dante y Fabián podían observar la carretera y algunos faroles. Más allá de la luz el bosque se fundía con la oscuridad fría de la noche.
Desde el interior de la cocina apareció un hombre flaco y de altura mediana que caminó rápidamente hacia su mesa. «¿Pesada jornada?», le preguntó Fabián. El hombre asintió con un gesto difícil de interpretar y tras una pausa les preguntó «¿qué se van a servir los jóvenes?» Dante y Fabián examinaron la carta, las opciones no eran muchas, el primer plato se trataba de carne a la olla con papas fritas y coles de brusela cocidas, mientras que el segundo era carne a la olla con arroz y las mismas bruselas. Fabián soltó una broma al respecto del parecido de los platos, pero el tipo ni se inmutó. Dante sentía que si no probaba bocado se desmayaría ahí mismo.
Ambos optaron por la carne a la olla con papas fritas, algo rápido. Luego de ordenar, el hombre se retiró a la esquina donde estaba la máquina de los expresos y regresó con una jarra de café. La operación la hizo absolutamente en silencio. «Este tipo es como hablarle a Frankenstein», secreteó Fabián. Dante no estaba de ánimo para improvisar un perfil psicológico, al fin tenía una taza de café caliente entre sus manos y el tío Norberto los acompañaba desde la silla contigua en donde Fabián lo había depositado. Había que llegar a la ciudad para su sepelio. Eso era lo que importaba.
Desde el interior de la cocina el hombre se oía afanar con esmero. Descorría ollas, afilaba cuchillos y, de tiempo en tiempo, dejaba caer un pesado machete sobre una superficie de madera. Parece que el hombrecito está destazando un animal entero allá adentro, bromeó Fabián. Al cabo de un rato el tipo regresó y se detuvo frente a los primos con los platos suspendidos. Desde sus asientos, Dante y Fabián alcanzaban a ver sólo el convexo de los platos humeantes y no hallaban la hora que el hombre los colocara sobre la mesa para comenzar a comer.
— ¿Qué pasó? —, preguntó Dante.
— Es el plato de fondo —, dijo el tipo.
— ¿Qué pasa con el plato de fondo?
— Acabo de darme cuenta de que la carne a la olla se acabó y tuve que cambiarlo por un par de filetes a la plancha. Es que el cocinero hoy se reportó enfermo.
Dante cruzó una mirada de desencanto con Fabián, pero ya se encontraban ahí y de todas formas ¿qué más les podría pasar? El hombre seguía inmóvil, sosteniendo los platos en alto, lo que terminó por irritar a Fabián.
—Señor, ¿podría usted por favor dejar los putos platos sobre la mesa?
El hombre mostró una cara de amedrentamiento, obedeció la orden de su cliente y retornó rápidamente a su cocina sin añadir palabra.
Dante y Fabián cenaban en silencio, y siendo justos la carne sabía tierna y sabrosa ¿Y las coles? ¡Ni qué decir!, se sentían al dente. Sin embargo, algo desde el exterior inquietó a Dante.
— ¿Te das cuenta Fabián?
— ¿De qué?
— Todo el rato que hemos estado acá no ha pasado un solo automóvil allá afuera —le señaló Dante apuntando con el tenedor hacia la carretera.
— Primo, ya tengo demasiado con todo lo de la cremación, para hacer encima de todo esto una historia de terr…
Fabián no había terminado de hablar cuando los ruidos que provenían desde la cocina se reanudaron con mayor intensidad. Se oía como si el tipo abriera y cerrara de golpe las puertas de una congeladora, soltando, de tiempo en tiempo, intensos exhalidos de esfuerzo. Fabián se levantó de su silla para distinguir qué pasaba allí adentro.
— ¡Qué estás haciendo hueón!, paguemos y nos vamos, tenemos que llegar al funeral de tu padre — dijo Dante.
— ¿Y si el tipo necesita ayuda? En una de esas el animal que destaza es grande.
— Como si ese fuera nuestro asunto.
— No seas cobarde, Dante. Echemos una mirada a ver qué pasa con el tipo.
Los primos se acercaron a la cocina, Fabián caminaba adelante, «¿señor, está usted bien, necesita ayuda?», gritó. Nadie contestó, el tipo parecía haber desaparecido. «Hueón, vámonos de aquí», insistió Dante.
Las paredes de color verde agua de la cocina estaban repletas de sartenes y cucharones de todas las medidas. A un costado se observaba la plancha sucia sobre la cual el hombre había cocinado los filetes que los primos recién habían comido. Dante tuvo la sensación de que nada bueno saldría de todo aquello, la situación empezaba a desagradarle. Cruzaron la puerta hacia a una sala oscura en cuyo centro se distinguía un mesón y sobre este un bulto que parecía ser el de un animal a medio destazar. Dante encendió la luz de su teléfono para alumbrar el cuarto. ¿Una res, un ciervo, un caballo? Fuera el animal que fuera habían comido de él hace algunos minutos. «¿Distingues lo que es?», preguntó Fabián. Dante descorrió la lona que cubría el bulto y solo les bastó un corto asomo para que ambos saltaran hacia atrás y se pusieran a gritar y a dar arcadas. El teléfono cayó al suelo proyectando sus propias sombras en la pared de forma macabra.
Las luces se encendieron. El hombre había regresado y ahora los apuntaba con una escopeta.
—¡Pedazo de imbécil, nos diste a comer de esto!, dijo Fabián.
El hombre parecía asustado, quizá tanto como los primos, pero era él quien los apuntaba con un arma. Dante tuvo la sensación que en cualquier momento se le soltaría un disparo.
— Es que no se callaba nunca — les dijo el hombre con la voz entrecortada.
— ¿Cómo que no se callaba?—preguntó Dante.
— A Jocito lo quería yo, lo estimaba, sólo que no se callaba nunca — repitió el hombre.
— ¿Y por eso lo mataste, hijo de puta? ¡Bonita la has hecho! ¡Ahora sí lo dejaste callado para siempre! —Le gritó Fabián entre nauseas.
En un descuido Dante se abalanzó sobre el hombre, la escopeta cayó al suelo y soltó un disparo que dejó a todos inmóviles. Al cabo de una fracción de segundo, eran tres hombres forcejeando por alcanzar un arma que reposaba a pocos centímetros del cadáver de un hombre bajo y calvo que miraba al cielo con la quijada abierta.
Dante alcanzó la escopeta, nunca había disparado una y menos había apuntado a un hombre con un arma «¡Quieto conchetumadre!» Fabián se ubicó tras las espaldas de su primo. Dante se aferró firmemente al gatillo y caminaron en reversa apuntando a la cara del hombre que los miraba con las manos en alto. «Escucha, vamos a salir de aquí, nos vamos a ir, y esperamos no volver ¿se entendió?», gritó Dante. El hombre asintió obediente, entre resuellos nerviosos. Salieron hacia el estacionamiento, la lluvia había amainado y una neblina espesa comenzaba a caer. Los primos entraron al auto, tomaron la carretera y emprendieron rumbo a la ciudad.
Aún no se les pasaba el susto cuando Dante le dijo a Fabián: « escucha, llegamos a la ciudad y nos olvidamos de todo ¿se entendió?» Fabián, con la mirada clavada hacia el frente afirmó con la cabeza. Estaba como en shock. Lo único que deseaba era escapar de ese lunático. Vieron pasar el cartel de despedida que decía: Sal si Puedes, les desea un buen viaje. «Menudo nombre para un pueblo del terror», se dijo. Y tras dejar atrás el letrero que indicaba los kilómetros restantes para llegar a Santiago, Fabián finalmente sacó la voz:
— Creo que tenemos que regresar.
— ¡Qué estás diciendo!
— Es que tenemos que regresar.
— ¿Acaso te volviste loco?
— Olvidamos a papá.
La caja que contenía las cenizas de tío Norberto había quedado sobre la silla en la que los primos se habían sentado a cenar. Dante frenó de golpe, atravesó el bandejón central de la carretera y dio la vuelta en U.
— ¿Quedan cartuchos?
— Sí.
— ¡Afírmate! —, dijo Dante, y aceleró de regreso a la hostería. Ahora, iban por tío Norberto.
¡Muy buena decisión narrativa terminar de esa forma!. La narración tiene una curva de tensión que va en aumento y funciona muy bien.
Hay un par de elementos que a mí personalmente me generan ruido. Primero, la forma y el lenguaje en el diálogo de los personajes, tal vez le daría una vuelta para que aporte mayormente al contexto de suspenso. Segundo, siempre pensé que la acción se desarrollaba más al sur de Chile, por la descripción del lugar; cuando mencionas Salsipuedes (apropiado nombre y buena forma de plantear una sentencia final) me sacó un poco del contexto geográfico.
Independiente de todo esto, excelente argumento, muy en la línea de King.
Saludos y gracias por compartirlo.
Qué miedo!! Ya quiero leer la segunda parte, porfa…
Igual siento que Jocito me quedó en el limbo de los personajes: es cercano porque me lo presentan con nombre propio, pero sólo sé de él su trágico final. Lo que no afecta el desenlace del relato realmente.
Hola Lilian, muchas gracias pos tus reflexiones. Sin duda me orientan a fabricar mis futuras historias. ¡Saludos!
Impactante. Me gusta el narrador y la temporalidad. Hay mucho mensaje entre lineas
¡Muchas gracias María Inés!