Telepatía

Faltaban diez segundos para finalizar el año y nuevamente estaba sola. Patricia era una mujer bonita, de cabello oscuro, piel clara, ojos verdes y un cuerpo bien conservado. Tenía alrededor de cuarenta años y había estado durante los últimos diez buscando un compañero de vida que le diera la estabilidad emocional que le había sido tan esquiva, pero cada vez que conocía a un nuevo candidato, había algo que no la terminaba de convencer. A veces eran sus aires de grandeza los que no soportaba, o la poca ambición que algunos manifestaban en sus proyecciones de vida. Así es que ahí estaba, en un salón elegantemente adornado con temática francesa de los años ’20, refinado, elegante y sensual, con una copa de un exquisito champán francés, muy ad hoc al lugar, mirando alrededor a ver si encontraba a su próxima conquista.

-5… 4… 3… 2… 1… ¡feliz año nuevoooo!- se escuchaba que gritaban a coro los invitados con gran emoción por comenzar una nueva hoja en sus libros de vida, cuando Patricia escucha una voz gruesa y varonil, que la saluda cordialmente.

-¡Feliz año nuevo!- escucha. Se gira, pero no ve a ningún hombre que esté cerca suyo.

-¿Estás sola?-, insiste la voz.

-Si-, piensa ella sin verbalizarlo.

-¡Me alegro! Desde que te escuché supe que teníamos mucho en común-, dijo el hombre.

-¡No te veo! ¿Dónde estás?-, pensaba ella.

-En tu mente, Patricia.

“¡Me estoy volviendo loca!”, pensó sin perder la compostura.

-Lo mismo me dijo mi psiquiatra cuando le conté que hace días puedo escucharte. Por cierto, me llamo Luis-, oyó estupefacta.

-¿Cómo es posible que puedas escuchar mis pensamientos? ¿Los oyes todos?-, preguntó con un dejo de pudor.

-No. Solo cuando piensas en encontrar a tu hombre ideal-, le respondió.

Patricia no lo podía creer. Oscilaba entre la incredulidad y la emoción de pensar que quizás Luis era la persona que había buscado por tanto tiempo.

-Yo también me sentí así al principio. Estaba confundido, pero estoy feliz de que al fin puedas escucharme. Llevaba un par de días intentándolo y ahora, al empezar un nuevo año, logramos comunicarnos. Creo que es obra del destino-, confesó Luis.

Patricia resplandecía como el diamante más fino y mejor trabajado del mundo. Tenía conversaciones a diario con Luis. Hablaban de cine, música, comida… hasta el clima, un tema tan banal, cobraba gran interés cuando lo hablaba con su amado. Ya llevaban tres meses en estos diálogos sordos y ella se sentía realmente enamorada.

-Luis, sé que lo hemos conversado antes, pero de verdad me gustaría mucho que nos viéramos personalmente-, lo enfrentó Patricia. -Siento que estamos hechos el uno para el otro-.

-Mi adorada Patricia. Como ya te he contado, aunque no siento nada por mi esposa, no puedo dejarla. Ella es mi contadora y podría meterme en grandes problemas si lo quisiera, pero no aguanto las ganas de verte. Podríamos juntarnos este fin de semana en mi casa de la playa ¿te parece?-, propuso Luis.

-¡Por supuesto! Te daré mil besos cuando te vea- respondió feliz.

Patricia ya lo había buscado en redes sociales y sabía dónde estaba su casa playera, así es que no dudó ni un segundo. Planificó detalladamente la ropa que iba a llevar, lo primero que le iba a decir y las anécdotas que le iba a contar.

Cuando iba en camino, lo escuchó muy entusiasmado con la idea de verla. Ella iba vestida con un look casual, un peinado perfectamente cuidado y un maquillaje que hacía resaltar sus ojos de esmeralda. Ya faltaba muy poco para disfrutar de la compañía de ese hombre que la enloquecía, cuando escuchó a Luis aterrorizado.

-¡Mi esposa lo sabe todo! No vengas. Dijo que te mataría si llegabas acá-, oyó incrédula.

-¡Está loca, me está persiguiendo con un cuchillo!-, gritó Luis con pavor.

-¡Escóndete! Estoy a cinco minutos de tu casa-, dijo Patricia con una inesperada valentía.

Aceleró lo que más pudo y llegó a la casa de Luis. Miró por las ventanas que daban a la entrada y no vio nada extraño, así es que tocó el timbre. Al instante salió la mujer que había visto en redes sociales con su amado. Sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre ella y comenzó a pegarle en la cara golpes con sus delicados puños que ahora estaban transformados en verdaderas armas para defender al amor que le había sido tan huidizo.

-¡Déjalo en paz, perra! Él me ama-, le decía mientras dejaba caer una y otra vez su puño cerrado en la cara de la sorprendida mujer.

-¿Qué te pasa, imbécil? ¿Quién eres?- preguntaba con la boca llena de sangre la sorprendida esposa de Luis.

-Soy el alma gemela de Luis y no voy a dejar que le hagas daño a él ni a mí-, le dijo mientras tomaba un pesado candelabro con el que le golpeó cinco, seis, siete veces la cara hasta que le partió la frente en dos.

Ya no se movía. Esa desgraciada le había arruinado el esperado encuentro con su amor. Se arregló con las manos bañadas en sangre el vestido que llevaba puesto, se acomodó el peinado y se dispuso a buscar a su enamorado.

-¿Luis? ¡Luis! Ya puedes salir de donde estés. Tu esposa no nos volverá a molestar- gritaba mientras caminaba sigilosamente por la casa.

De pronto entró en una habitación del segundo piso y vio a Luis de espaldas, frente al computador con audífonos en sus oídos.

-¿Luis? Mi amor, ¡llegué!-, le dijo Patricia mientras le sacaba cuidadosamente los audífonos y lo tomaba con delicadeza por los hombros.

Patricia esperaba ansiosa por la reacción de Luis, pero su ilusión se transformó en decepción al ver cómo su cara se desfiguraba con una expresión de terror al verla completamente ensangrentada.

-¿Por qué me miras así? ¿No estás contento de verme?-dijo con tristeza Patricia. -¡Luis! Espera-, le rogó mientras él bajaba despavorido por las escaleras.

Patricia lo seguía para mostrarle que ya no había nada que les impidiera estar juntos, y no entendía por qué Luis estaba tan consternado con la sangrienta escena que había en la entrada de su casa.

-¿A quién llamas Luis? ¡No te vayas! ¡No me dejes! Vine hasta acá por ti, mi amor-, insistía

Cuando llegó la policía, Patricia estaba en la escena del crimen sentada en los escalones de la entrada de la casa, donde minutos antes había atacado ferozmente a su rival, devastada, con la mirada perdida, consternada por el desprecio que le había hecho su enamorado al verla.

-¡Yo no conozco a esta señora. No entiendo por qué lo hizo!-, decía Luis entre sollozos a la policía.

-¡Mi amoooooor! Ayúdame- , suplicaba Patricia, mientras la subían a la patrulla.

-La señora padece una esquizofrenia paranoide grave-, escuchó estupefacta que le explicaba el policía a Luis, mientras sollozaba por ese amor que la obsesionaba, con el que estaba segura que tenía una conexión tan íntima, sincera y directa, aunque solo lo había visto alguna vez a través de redes sociales.