1 Comentario

Septiembre Patriótico

Tags: ,

Loading

El bolso llevaba algo más de cinco minutos sobre una de las mesas del patio de comidas del Costanera Center.  Un joven de aspecto universitario la reportó a uno de los guardias de seguridad, quien llamó a la policía ante la eventualidad de un artefacto explosivo.  En las afueras del recinto comercial, vehículos policiales de la unidad antiterrorista de la Policía Federal Civil se estacionaron en las entradas. Comandos de oficiales descendían raudos y entraban al edificio. Por los altoparlantes del patio de comidas, una dulce voz femenina llamaba a desalojar las instalaciones siguiendo la línea demarcada y manteniendo la distancia a la que ya nos habíamos acostumbrado. El guardia vigilaba al misterioso bolso, inquieto.  Deseaba estar seguro de que sería otra falsa alarma, broma de algún youtuber ganando likes.

Dos grupos de ocho policías ingresaron corriendo por las escaleras mecánicas al patio de comidas, el universitario que dio el aviso fue golpeado por uno de ellos y cayó al suelo, otro policía pasó en medio de una familia y derribó al padre que, sin entender nada, alegaba desde el suelo, sentado en medio de hamburguesas, papas fritas, bebidas derramadas y helados.  ¡Aléjense de eso! —gritaron los policías. El guardia se percató del humo que escapaba por las costuras del bolso. Un helicóptero se escuchó sobrevolar la cúpula de cristal del mall. Quiso tener más tiempo, definitivamente no era una falsa alarma.

El bolso se quemó y de él un cilindro metálico se elevó un metro por sobre las cabezas de los uniformados que, atónitos, observaron al artefacto girar en su propio eje, entre humo y un fulgor rojo pálido.  Después vino el olor, ¿era combustible? El aire se esfumó tragado por el artefacto y fue devuelto convertido en una bola de fuego que hizo suyo todo a su alrededor.

El teniente de la Unidad de Fiscalía de la Policía Federal Civil, Ronald García, observó con detenimiento en la pantalla holográfica, desplegada desde su I-pen 4, el correo electrónico anónimo que recibió esa mañana.  El remitente era el mismo de los mensajes anteriores, “El Observador”.  Era la tarde del 14 de agosto del 2034, comenzaba a atardecer y tímidas nubes se asomaban desde la costa. García ya había descargado los archivos adjuntos que acompañaban al mensaje. Diferentes documentos confidenciales que describían una sociedad secreta dentro de las filas del Ejército. En ellos, se responsabilizaba a esta sociedad secreta del intento de atentado en el aeropuerto Gabriela Mistral, la explosión del patio de comidas del Costanera Center, que cobró la vida a un centenar de personas, y los diversos ataques menores a lo largo de los estados federales de la nación, que tenían a la población civil sumida en la inseguridad y paranoia.  Sin embargo, lo que más interesaba y a la vez aterraba al joven teniente, era la posible traición a la patria que significaba la participación de las fuerzas armadas en los movimientos independentistas en los estados federales de Rapa Nui y Magallanes.

García necesitaba llevar esto directo al fiscal general, era mucho para él. Pero debía hacerlo rápido y para ello sabía perfectamente a quién recurrir.

—¿Aló Helga?

—¿Ronald? —respondió al otro lado de la línea una mujer de voz ronca, decidida. —Sí, soy yo, disculpa que te llame sin previo aviso, pero es importante.

—¿Importante? Llamas después de nueve meses precisamente, ¿y ahora para ti es importante? ¡No estuviste cuando más te necesite!

—Helga, sé que tenemos temas pendientes y que fui un perfecto idiota contigo, pero necesito de ti. Sólo tú me puedes ayudar en esto, es grande, sólo no puedo.

—Ronald, no necesito que me metas en tus asuntos, ¿has tomado tus medicinas? ¿Estás yendo a tus sesiones? Sé que lo que te tocó vivir fue fuerte, pero yo soy nadie para ayudarte.

—No Helga, espera, ¡no cuelgues! Esto no tiene que ver con la matanza de Hanga Roa, déjame que te explique.

—¡Maldición Ronald! No sé por qué me hago esto.

—No lo podemos dejar pasar, sería traicionarnos a nosotros mismos, faltar al juramento que hicimos al graduarnos como la primera generación de la Policía Federal.

—Ronald, mira yo….

—Espera —interrumpió García —, en la Academia más de una vez conversamos sobre el devolver a la gente la confianza en la policía, en borrar los abusos de las décadas pasadas, los desfalcos, la militarización en la Araucanía.

Algo detuvo a Helga de colgar. Pese a que no quería involucrarse más en los asuntos de Ronald una sensación en su interior le hacía permanecer ahí, frente a la pantalla, escuchándolo.

—Compartíamos ese deseo de que el nuevo cuerpo policial fuera una sangre y alma nueva. No solo un cambio de color y emblema, sino un cambio de aura, que la población lo sintiera así y sabes que costó. Fueron años para que la gente volviera a creer en la policía y ahora no podemos dejar que se nos acuse de no hacer nada—culminó García.

—¿De que estás hablando? ¡Te juro que si es otra de tus presunciones no atenderé más tus llamados!

—¡Espera Helga! ¿Recuerdas cuando recibiste unos correos de un tal “Observador” hace unas semanas? Lo reportaste en la fiscalía.

—Sí, claro, debía hacerlo, es parte del protocolo.

—¿Pero no encontraste nada sospechoso en ese mensaje? ¿Algún dato que te llamara la atención?

—¡Por favor! Sólo era un lunático, lo bloqueé con un eyeware que le envié por la cámara a su equipo. Su retina quedó bloqueada para siempre a la entrada de los canales virtuales de mis dispositivos. Además de la conjuntivitis del demonio que tiene que haberse llevado — comentó con orgullo—¿Te está mandando correos? ¿Te envío el virus?

—¡No, Helga, espera, creo que debiéramos prestar atención a su información!

—¡Ronald, por favor! Creo que colgaré, pierdes tu tiempo, sólo es otro ñoño de los noventa buscando diversión.

—Revisa tu bandeja de entrada Helga, te acabo de enviar algo, la envié con control de bloqueo viral.

Helga sopló suavemente la pantalla táctil de su neurophone, la imagen holográfica se desplegó frente a sus ojos.  Documentos de reuniones secretas; audios de conversaciones entre generales del Ejército y líderes separatistas pascuenses y magallánicos; planificación de atentados a centros civiles, en diferentes estados federales del país, con la autoría de grupos separatistas; fotografías de altos mandos militares y de autoridades federales cercanas a la rama castrense más una serie de videos donde se mostraban detallados planes para desestabilizar la creciente nación federal, en pos de potenciar los estados federales independentistas.

Todo como parte de un complejo rompecabezas de oscuridad que pretendía culminar con la separación de estos dos estados para luego, con la sociedad sumida en la inseguridad, tomar el control bajo un golpe de estado, y posteriormente recuperar las nacientes naciones de Rapa Nui y Magallanes por las armas.

Helga tomó aire, un sorbo largo de agua y acomodó sus anteojos. Pese a que los implantes y mejora de retina eran ya baratos y habituales, le gustaba como se le veían los accesorios oculares. Volvió a respirar hondo y exhaló sobre el neurophone para desconectar las aplicaciones holográficas.

—Está bien Ronald, llevaré estos antecedentes ante el fiscal general directamente para que el accionar de la investigación sea rápido, aunque tú sabes que no será fácil. Esta supuesta sociedad secreta está compuesta por los herederos del régimen del ´73. Si se comprueba la veracidad de estos documentos el fiscal investigará este asunto hasta la médula.

—Gracias Helga, veámonos mañana en el café frente a la plaza Dignidad, tengo que darte las gracias en persona, es lo menos que puedo hacer.

El teniente García se recostó en el sillón de su escritorio, tomó su agenda y observó una vieja foto, “14 de febrero, 2029”, leyó al pie.  Helga se veía dichosa y jovial, él también. Eran otros tiempos, se estaban viendo los frutos de la nueva Constitución y al fin parecía que la sociedad comenzaba a colorearse de igualdad. Era el primer verano sin mascarillas en casi una década. Aun pensábamos que no volveríamos a necesitarlas.

Fue al bar y se sirvió un Sandy MacDonald. Estaba lejos de acercarse a los mejores whiskies, pero era el que tomaba su padre, y su abuelo antes de él. Aguantó el ardor en la garganta y se preguntó si valdría la pena intentarlo otra vez con Helga, si es que ella estaba dispuesta a perdonarlo.

El pequeño café estaba justo al lado del viejo teatro de la Universidad de Chile, frente a la Plaza Dignidad.  Con sus sillas mirando hacia la calle, al más puro estilo parisino. Su vista apuntaba directamente al hermoso monumento que había reemplazado al General Baquedano, el 18 de octubre de 2029, en la conmemoración del décimo aniversario del “Despertar de Chile”, como se le bautizó románticamente al estallido social que vivió el país en 2019.

Ronald llegó poco antes de la hora acordada. De pronto, de las escaleras de la estación Dignidad, la vio salir. Notó que aun sus sentidos se estremecían al verla. Helga se sentó a su lado con seriedad, lo saludó con solemnidad.

—Hola Ronald, ¿Cómo estás?

—Helga, hola, bien gracias, ¡luces muy bien! Te pedí un latte, ¿aun te gusta?

—Gracias, dejé el café y la lactosa, pero está bien. Mira, no lo tomes a mal, tengo otros compromisos, vamos al grano.

—Gracias, muchas gracias—dijo Ronald tomándole las manos.

—De nada, está bien, tú habrías hecho lo mismo—respondió Helga soltando las manos de Ronald—¿para qué me citaste?

—Te cité porque hay un documento que tengo impreso y que debo entregártelo en mano, es creo, la prueba fehaciente que necesita el presidente Alessandri para mejorar su imagen y terminar con la ola de atentados que tiene a la sociedad sumida en la desprotección—dijo García mientras llegaba el mesero y servía el latte y un espresso doble.

Abrió su ajado maletín de cuero y sacó un documento de un par de hojas.

—Los demás documentos, ¿ya los entregaste?

—Sí, esta mañana, el fiscal se notó muy interesado, tengo que verme con él ahora a las 10:00 am.

—Ok, muy bien, procura darle este documento también, acá está lo que sería el motivo que llevó al Ejército a atentar contra la ciudadanía. Una vez más.

Entregó el documento a Helga quien lo extendió frente a sí y leyó lentamente.

Ronald García tomó un sorbo de su espresso y observó la estatua de la Plaza Dignidad, ese monumento de muchos cuerpos y manos extendidos hacia el cielo flameando diversas banderas en señal de unión de los pueblos.  Abajo, a nivel de tierra, turistas inmortalizaban la estatua y las alfombras de dalias que las adornaban.

Helga leyó y no comprendía lo que leía, o, mejor dicho, no quería hacerlo. En el documento generales en retiro y otros en función explicaban detalladamente las acciones de “Patriam, Ordo et Securitas”, la sociedad secreta fundada en las entrañas del sequito castrense.  Su brazo armado beligerante era el responsable de la matanza de Hanga Roa, conflicto donde separatistas Rapa Nui se enfrentaron a militares chilenos que exigían la apertura del aeropuerto Mataveri. Suceso similar, pero de menor envergadura sucedió en la Patagonia con separatistas magallánicos.

En ambos casos la función de “Patriam, Ordo et Securitas” fue la de proveer de armamento a los movimientos separatistas y confabular con las autoridades federales en contra de la República de Chile, a la cual juraron proteger.  Otro de los planes era sembrar la inseguridad en la población civil de los diversos estados federales, mediante pequeños atentados a medios de locomoción, centros de diversión y dos de gran envergadura: el fallido atentado al aeropuerto Gabriela Mistral y el fatídico ataque al patio de comida del Costanera Center en Santiago.

Todo como un acto de venganza por las acciones derivadas de la redacción de la nueva Constitución del 2026 en las cuales el aporte fiscal a arcas castrenses disminuía considerablemente para ser destinado a las mejoras en educación y salud por las que tanto se había luchado.

Helga, al terminar de leer, tomó el papel y lo dobló en cuatro. Abrió su cartera y lo guardó. Acomodó sus lentes mirando al frente. “Está mirando la estatua” —pensó Ronald. Helga tomó un sorbo largo de su latte.

—¡Esto es muy importante Ronald, esto puede significar…, Santo Dios!

—Lo sé Helga, por eso recurrí a ti, eres la única persona en quien confío, a mí no me iban a creer, menos con mis antecedentes.

—¿Esto también te lo dio El Observador?

—Sí, pero luego me dijo que debía desaparecer, que lo vigilaban, que quizás no lo volvería a ver.

—Entiendo—respondió cabizbaja —¡Joven, la cuenta por favor!

—Ni se te ocurra Helga, yo te invité.

—Me vas a acompañar donde el fiscal, Ronald—dijo Helga tomándolo del brazo.

Caminaron juntos bordeando la entrada a la estación Dignidad.  Un joven de aspecto universitario sentado en la cornisa de la entrada a la estación capturaba animales ficticios con una neuroaplicación basada en un antiguo juego electrónico.  Un vendedor ambulante de agua llamó la atención de Ronald.

—Tengo un Biscooter a unas cuadras, es más seguro —dijo Helga sin soltarlo del brazo y apurando el paso, Ronald se estresó. Un extraño vahído lo tomó por sorpresa.

—Está bien, pero ……, espera, me siento mal…Hel…ga…

—Tranquilo, es una dosis pequeña, te puse un skinrelax modificado en la muñeca, un pequeño somnífero que te dormirá por unas horas. Cuando despiertes seguramente estarás a salvo en algún lugar que el Ejército estime conveniente.

—¿Por qué Hel…ga…?

—Porque es lo que Septiembre Patriótico ordena. ¿O te creíste esa pantalla del nombre en latín? “Patriam Ordo et Securitas”, ¡por favor!

Mientras el teniente García se desvanecía, el joven que esperaba sentado en la cornisa de la estación y el vendedor ambulante de agua lo tomaron de ambos brazos, una furgoneta con logo de Lavandería Golden Dawn se detuvo en la esquina y abrió sus puertas. Helga, y los hombres cargando a García subieron al furgón.

—¿Tienes el documento? —preguntó desde el asiento del copiloto una ronca y carrasposa voz.

—Sí, general, tenemos todo —contestó Helga esbozando una sonrisa.

—Bien, agente Gensmüller, el Supremo Director sabrá de su buen cometido y la tendrá presente al momento de dar forma a la Nueva República.

—Gracias General —respondió Helga bajando la mirada.

—¿Qué haremos con él? —preguntó el joven de aspecto universitario.

—No sé —respondió desde el asiento del copiloto el general

—Gensmüller ¿qué quieres hacer tú?

—Lo mismo que hicieron con el Observador, no dejen que vuelva a observar.

FIN

¿Te gustó el relato?
Por favor puntúalo a continuación y visita más abajo la sección de comentarios.

¡Participa en la discusión en torno a este relato!

5 1 voto
Puntuación
Suscríbete
Notifícame acerca de
guest

1 Comentario
Recientes
Antiguos Más Votado
Inline Feedbacks
Ver todos los comentarios
Lilian Alvarado

Será muy iluso de mi parte, esperar que en 20 años hayan cambios significativos? Atractiva propuesta para desmoralizante realidad

Entradas recientes

Comentarios recientes

Entradas similares

Mostrar Botones
Esconder Botones
1
0
Por favor deja tu comentario.x