¡Cuéntanos de nuevo la historia del maestro, abuelo! la historia del maestro que sin ser maestro se convirtió en maestro el gran día de la boda esperada.
El día de la boda esperada en el pueblo pequeño ubicado al sur del Líbano, comenzó a contar el abuelo, el sencillo hombre hijo de carpintero, con manos de carpintero, pantalón y ojos de carpintero fue sentado en la mesa principal del gran banquete esperado.
Era la realización de una fiesta portentosa, ceremoniosa, ostentosa, donde todo el pueblo estaba invitado, era el modo de como el poderoso denotaba su caridad hacia el miserable, hacia el pobre, hacia el campesino, hacia el artesano, hacia las mujeres cuidadoras de cabras, ovejas y vacas, hacia las lavanderas con brazos de hombres de trabajo pesado con piernas peludas y artejos callosos. A los ladrones, a los que lavaban escrupulosamente las copas, platos y ollas sucias, a los sucios inmorales, a los enfermos repugnantes, a los cobradores de préstamos ilegales, a las prostitutas, a los fraudulentos, a los desenfrenados y codiciosos. Como lo escuchan, todos estaban invitados a ese gran festejo maravilloso, a la gran boda esperada.
El novio era un virgen adinerado de la zona, hijo de un adinerado erudito político influente en el gobierno de turno y la muchacha dieciochera y ricachona, también virgen y de gruesas piernas, labios rojos, carnosas nalgas y perfumada cabellera.
El jolgorio era inminente para los que olían a hambre y una hipocresía para el rico, para el que miraba sobre el hombro, para el que vestía relojazos, zarcillazos y salía de sus mansiones en sus carrazos conducidos por mozos hijos de mozos que a su vez fueron hijos de mozos y de cocineras que aromatizaban con sabores sus almuerzos dominicales. Cada uno de ellos eran opulentos millonarios, políticos, religiosos, eruditos en las leyes que gobernaban con sus antojadizos gustos millonarios a todo el pueblo del sur del Líbano.
Entre los invitados del pueblo estaba el carpintero de ojos tiernos, de caminata simple y palabras suaves. Sus amigos lo llamaban maestro y en secreto planeaban sacarlo de su anonimato para que reluciera escrupulosamente frente a la gran alcurnia, como lo que realmente era, decían; “un maestro, un gran maestro” y sentarlo así en la mesa principal de la gran boda esperada.
La fiesta duraría una semana entera, entre música, algarabía, comida y vino.
El lugar ya estaba preparado, mesas principales para los principales hombres, mesas secundarias para los sabios , economistas, políticos y obispos , que en suma eran todos lo mismo, mesas terciarias para los ricos sin oficio, mesas cuaternarias para doctores, educadores, arquitectos y otros que por sus afamados apellidos tendrían derecho a sentarse en cuaternarias mesas, mesas quinarias para los escultores, orfebres, pintores, filósofos, escritores, y así, según el grado de importancia que le dieses a los invitados, desde las primarias hasta las últimas novenarias en donde solo se verían barbas mugrientas, bustos caídos, risas sin dientes, y toda clase de gente sin clase, hombres y mujeres que no tienen nombre, los repudiados y lo que ya dije, los de mal renombre.
La música retumbó con tamboriles, panderetas, flautas, variados vientos y cuerdas que dieron paso a los brazaletes, alhajas, campanillitas en los vestidos y escotes abultados, todo era baile y entretención. Sonaba un grupo musical, luego se le unía otro y en espera de los novios, los invitados bebían y bailaban, bailaban y bebían y comían y bailaban en aplausos, saltitos, tocas en las cabezas, manos entrelazadas, círculos formados por brazos y piernas y laralaralaralay larayla laralaralaralay, lo mismo daba tocas o tacones.
El caviar y los manjares finos se repartían entre las principales mesas, mientras que el causeo de cordero y la sopa de pollo a las octonarias y novenarias. En estás últimas la alegría era sincera, manos embetunadas de la grosura del cordero y del bovino, barbas abrillantadas y chupeteos de dedos por doquier al ritmo de la música y del baile.
En medio de todo el jolgorio, se abría paso el carpintero y acercándose a los pobres y maltrechos les decía con elocuencia “alégrense mientras estén con el novio, coman y beban, porque llegará el momento en que se lo lleven, entonces todos ustedes ya no comerán” y aunque nadie entendía lo que decía, sabían que aquel hombre les quería y les miraba con cariño, entonces sin pensarlo mucho, les cedían sus puestos y corría su fama entre los invitados como si fuera el mismísimo carpintero el anfitrión de aquella fiesta.
Fue así, como la alta alcurnia empezó a incomodarse y cuchicheando de oreja a oreja acordaron sacar al carpintero de la gran boda esperada, pero no teniendo una verdadera excusa para hacerlo esperaron el momento oportuno para enfrentarlo con cuestiones apegadas a las prácticas de su pueblo “que ¿por qué tus hombres no siguen la costumbre de usar el agua puesta en los lavabos para lavar sus manos antes de comer? Que ¿por qué les veían chupetear sus dedos sucios y meterlos en los platos del festín? ¿Que por qué les escuchaban hablar de las leyes y rebatirlas como si estuviesen capacitados para hacerlo? Y que ¿por qué y que por qué…?”. Se hizo un gran silencio. Un silencio de esos que dan tirria, de los que dan ambición de palabras y que pasen cosas y que se arme mocha.
“Escuchen y entiendan bien”, dijo el carpintero a gran voz, mientras se dirigía a los asistentes del festín, ignorando a sus increpadores, “Que se laven o no las manos, siguiendo la costumbre de los antepasados de este pueblo, no es lo que les hará más limpios o más dignos de estar en este festín esperado. Lo que hace sucia a las personas no es lo que entra por su boca, sino lo que sale de ella… ¡Y que siga la fiesta!”.
Todos rieron a coro, la música siguió sonando y el susurro vitoreo se volvió sonoro; “¡viva el maestro, viva el maestro!” entre brindis, comida y bailes. Fue así, como aquel maestro fue invitado de mesa en mesa hasta llegar con los verdaderos maestros nombrados por verdaderos maestros. Sin embargo, los de la primera mesa, más que nunca buscaban sacarle y avergonzarle.
La fiesta continuaba, el novio meneaba, la novia contoneaba, la música sonaba y entre copa y copa el vino el corazón alegraba. Así pasaron los días, en que todo el pueblo enfiestado allí desayunaba, almorzaba y cenaba y seguía bailando y bebiendo y la música sonaba en la gran boda esperada.
Cuando sólo quedaba un día para que acabara la gran fiesta esperada y ya se veían las camisas pegoteadas, las pupilas dilatadas, las panzas engordadas y un sinfín de botellas descorchadas, se oyó el rumor saliente de un maestresala de que el vino se acababa en la gran fiesta esperada y que sería de mal augurio para la novia y el novio este tormentoso incidente que se avecinaba; infertilidad, fatalidad, precariedad y desgracia.
El novio se sintió intranquilo, su barbilla transpiraba, los anfitriones corrían, los mocetones sus cabezas rascaban mientras se preguntaban qué servirían ahora si el vino ya escaseaba y al encontrarse perdidos, sobre el maestro carpintero recayeron las esperanzas:
—Maestro, ya no queda vino.
—Ese no es asunto mío, dijo el carpintero, quien no buscaba sacar provecho del borrascoso infortunio. Sin embargo, el pueblo le animaba y sin darle oportunidad de tal negativa, a gran voz vociferaban
—¡Haced todo lo que él diga! ¡Haced todo lo que él diga!
Y como allí había seis grandes tinajas para el agua, de las que se usan en grandiosas ceremonias, en donde cabían en cada una de ellas a lo menos cien litros, el carpintero mirándolas, dijo con seguridad absoluta
—Llenen de agua esas tinajas
Los sirvientes obedientes, las tinajas de agua hasta el borde llenaban.
—Ahora saquen un poco y llévenselo al encargado maestresala.
Así lo hicieron los sirvientes llevando esa abundancia y cuando el encargado de la fiesta probó vino convertido desde el agua, se dio cuenta de que había ocurrido un milagro en la gran fiesta esperada.
El agua convertida en vino empezó a correr desde las principales mesas y todos a una voz rumoreaban: “¿no se sirve primero el mejor vino, y luego cuando ya todos han bebido y bebido, se sirve el más corriente y sencillo?” y que siga la fiesta mi alma, hasta que alumbre el alba.
La gran fiesta esperada fue por todos recordada, por la alegría inminente de la bebida desenfrenada. Se dice que fue el mismo novio, quien condujo al carpintero hasta la primera mesa dando muerte a la arrogancia.
Así termina la historia, de un humilde carpintero que, con vino y tiernas palabras, se sentó en la primera mesa de la gran boda esperada.
Ay… que lindo tu comentario Diana… me encanta que cada cual se quede con algo al leer este cuento.
gracias por comentar
te invito a leer los otros cuentos… saludos
Bien relato.
gracias Carla. Te pareció una historia conocida?
Entretenido, poético.
carnavalesco !! …
Bien Areli… muy buen relato, fluido y bien estructurado…
Dato curioso; mediante este cuento es posible inferir que, cada vez que el carpintero hizo un milagro, fue a través de la acción y obediencia de los hombres – “Llenen de agua esas tinajas”
gracias Patricio… se puede sacar enseñanza de la historia bíblica.
saludos