“Llegó desde América al aeropuerto de Barajas como primera escala y anunciaron por altavoces que el siguiente vuelo estaba demorado en al menos siete horas por un aviso de bomba en el aeropuerto italiano de destino. Presintió que estaba destinado a que eso ocurriera y decidió aprovechar de conocer algo de Madrid. Se acercó a la oficina de información turística para saber de lugares de interés del casco histórico que podía visitar en ese lapso y una vez que lo orientaron, despejó su muñeca izquierda para ver su reloj y chequear el tiempo del que disponía, tomó el metro y se bajó en Estación del Sol. Sus pasos parecían atraerlo magnéticamente a la Calle del Carmen. Caminó seguro, determinado, como si el recorrido lo hubiera hecho muchas veces y tuviera una cita en pocos minutos. Se encontró de pronto en el café Europa.
Allí en las mesas exteriores estaba ella, sentada, apacible, su cuello flectado y mentón apoyado en los nudillos de la mano izquierda, leyendo un libro en la mesita redonda de mantel verde que hacía juego con sus ojos, rubia como el sol, mascada roja en su cuello a tono con sus labios carmesí. Como si hubiera escuchado sus pasos levantó lentamente la vista. Sus ojos hicieron contacto, ella dejó el libro abierto boca abajo en la otra silla para no perder la página, esbozando una leve sonrisa que revoloteó unos segundos en el aire, él sorprendido quiso atraparla y devolvérsela, pero fue tan fugaz, que desapareció. Se acercó a la mesa y le preguntó si el otro puesto estaba ocupado, a la vez que hizo un gesto llamando al elegante garzón para pedir la carta. Qué os pasa, acaso no veis que está mi libro, le respondió como si tuviera la respuesta pensada de antemano”.
Cierras tu libreta por un instante.
Como cada sábado, llegas temprano a la fuente de soda “Don Emilio”, te sientas en la misma silla de siempre, sacas tu libreta negra con elástico y tu lápiz de pasta azul por si alguna historia aparece por inspiración. Pero hoy menos que nunca puedes sacar los ojos de encima a la mesera rubia que es el verdadero motivo de tu visita. Te incomoda un poco el contraste del color de su pelo con el de sus cejas azabache, pero esto pasa a ser un detalle.
Porque hoy dejas de imaginar que la conoces en Madrid, que es amante de la lectura, que lleva un elegante pañuelo al cuello y que tú eres un galán de paso por España.
Hoy simplemente admiras su belleza, su simpatía y el encanto que desborda cuando te atiende. Hoy dejas de lado tus miedos para hablarle y le dices que no pedirás lo mismo de siempre, que por favor, te traiga la carta. Ella sonríe y te dice que no es necesario, pues sólo hay dos opciones: completo normal o italiano y para beber, jugo, bebida, té o café.
Tú te esfuerzas en ser simpático, sonríes y preguntas qué te recomienda ella. El italiano está muy bueno, yo me comí uno hace poco, te dice juguetona, entre broma y en serio. Tú asientes y le dices que además quieres un té. Luego le preguntas si Don Emilio es su padre, su patrón o su esposo; ella hace un tosco gesto de persignarse, profiriendo un “Dios me libre”, ni casada ni enamorada, trabajo aquí hace dos años. Osada te comenta que siempre “te ve solito” en la mesa, te pregunta si eres casado o tienes una “peor es nada”, le respondes que ni lo uno ni lo otro. La llaman de otra mesa y te deja con las ganas de seguir conversando.
Cuando vuelve con tu pedido, el diálogo continúa. Mira tu libreta negra y te pregunta a cuántas personas tienes que matar hoy. La risa nace espontánea entre ambos. Le dices que en la libreta escribes historias y guardas sueños. Te pregunta si puede ser parte de una de esas historias o alguno de los sueños. Le respondes que por supuesto y la interrogas que con qué sueña. Suspira y te dice que le gustaría algún día viajar a España y tomar un café rico en alguna cafetería elegante al aire libre en Madrid y allí enamorarse de algún desconocido.
Abres tu libreta y sigues escribiendo:
“No creo que el libro se moleste si lo dejas un momento en la mesa. Por lo demás podría tomarlo y leerlo en voz alta para ti, mientras terminas tu café. –¿Qué lees? – le preguntó. La historia de mi vida – le respondió ella –, mientras dejaba volar otra sonrisa que se posó en el libro antes de desaparecer. El garzón trajo la carta con todas las variedades de café y se retiró. Ella dirigió la mirada al viajero con mezcla de asombro y nostalgia. Decidme si de verdad eres tú. Te he esperado por años en esta cafetería cada sábado por la mañana…”
FIN
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Ronnie Ramos Muñoz nació en Coquimbo (Chile), vivió su infancia en el desierto de Atacama en la oficina salitrera Pedro de Valdivia, su adolescencia en la ciudad de Antofagasta, donde estudió música en el Liceo Experimental Artístico y luego se trasladó a Santiago a estudiar Fonoaudiología en la Universidad de Chile, profesión que ejerce actualmente en la ciudad de La Serena. Su interés en la escritura se sembró tempranamente, pero floreció recién durante la pandemia en los talleres de JC Sánchez. Es coautor del libro “En-cuentos on line: ficciones para zoommergirse” (2021) y de la Antología “Monstruos de Navidad: relatos inquietantes” (2022).
Auuuuu que bien escribes!
Gracias Carmen por tus generosas palabras. Un abrazo.