Otra vez había ocurrido lo mismo, por segunda vez me despertaba desorientada en mi cama sin saber qué había pasado conmigo la noche anterior. Todo me parecía difuso: risas, besos, alcohol, más besos y luego…solo confusión, unas manos tocándome y yo tratando de tocar también, pero… ¿Qué más? ¿Qué había pasado?, ¿Por qué no podía recordar?
El día había llegado y mi corazón latía descontrolado. Mis piernas temblaban y sentía mi nuca y mis manos sudar profusamente. Es que estaba frente a la imponente casa del hombre con el que había soñado estar en la cama tantas veces. Algo que en los tiempos que lo conocí -hacía ya más de cinco años-, era imposible de concebir, claro, estaba prohibido para ambos, simplemente porque era mi jefe: el gerente general -en ese tiempo-, de la inmobiliaria más importante del país.
Sí bien, en su cargo directivo, muchas veces noté su profunda mirada clavándose con la mía, con el tiempo había llegado a convencerme que esos pensamientos solo habían sido producto de mi imaginación. Es que, un hombre tan importante y guapo, ¿por qué iba a mirar a una sencilla secretaria como yo? Pero ahora, estaba ocurriendo, estaba frente a su casa, esperando tener una ardiente noche, como yo quería.
Ese momento me parecía maravilloso, excitante, y ahora, todas esas cómplices miradas y los recuerdos de esos dolores de estómago y cosquilleos que me recorrían el cuerpo en esa época remota tenían sentido, porque no había sido un sueño, siempre existió entre ambos una mutua atracción.
Con el recuerdo de sus ojos penetrantes y esas sonrisas nerviosas, sentí revivir el deseo por ese hombre todavía con más intensidad. Pero antes de llegar a su puerta, mi día había comenzado muy temprano, buscando la ropa apropiada para verme lo suficientemente sexy, pero también lo suficientemente dama para el elegante y sofisticado Luis Alberto.
Frente al espejo pude probar y descartar atuendos. Tampoco sabía si debía tomarme o soltarme el pelo, y toda esa indecisión por mi look fue acompañado con un par de piscos sours para darme valor y enfrentarlo esa noche.
Es que no podía entender cómo el destino había permitido encontrarme con Luis Alberto de casualidad en el Mall de Las Condes, y que sin dudarlo, me hubiera invitado a su casa a tomar unas copas para charlar y ponernos al día sobre nuestras vidas.
¿Quería ponerse al día con alguien que por 5 años solo cruzó un par de palabras de buena crianza? Era extraño ese comentario, pero en fin, ya daba lo mismo. Para mí, solo estaba funcionando la atracción que existía entre ambos y con eso me quedaba, porque lo cierto era que yo no buscaba conversaciones intelectuales con él.
Según lo acordamos, yo debía estar en su casa, en Lo Barnechea, ese día sábado, a las 21 horas. Me sentía tan caliente y excitada porque ¡Dios mío, hacía tanto tiempo que yo no tenía sexo!
Estaba tan nerviosa que cuando ya me había bajado del taxi, frente a la casa de Luis Alberto, no pude evitar sacar desde mi cartera, una pequeña botellita con un poco de whisky que siempre llevaba por emergencia, y sí…me la tomé toda. Era necesario. Me sentía eufórica, y bueno, también definitivamente mareada.
Toqué el timbre y me recibió el mismo Luis Alberto. Se veía hermoso, sus ojos verdes y su cabello castaño parecían más brillantes de lo que recordaba. Todo me parecía lindo en esa casa; todo era inmenso para mí, de gusto refinado y sí, creí identificar que su perfume era Polo…uno de mis favoritos…tan masculino. “Es como él”, pensé.
Lo primero que hizo al tenerme frente a él fue abrazarme muy fuertemente y darme una copa de espumante. Por al menos 40 minutos, me habló de sus proyectos y su decisión de irse del país. Yo a esas alturas casi no hablaba y solo alababa su manera de salir adelante, pero a cada instante yo era menos elocuente, porque me daba cuenta que ya estaba hablando más lento y con dificultad. Ya estaba muy ebria.
Luis Alberto a pesar de verme en ese estado, seguía llenando mis copas, una y otra vez sin darme nada de comer, hasta que le dije que me sentía muy mareada y que por favor me diera un poco de agua. No me dio el agua, pero sí comenzó a besarme y tocarme. Fue en ese momento que todo se puso confuso para mí. Creo que hicimos el amor, porque tengo flashes de que me tocaba y estábamos riendo, pero al tratar de recordar su cuerpo y su sexo, no podía tener imágenes claras de ese momento. Casi a las 4 de la mañana y cuando ya había pasado todo, Luis Alberto me despertó.
Me dio mucha agua y café. Luego me subió a su auto y me llevó a mi casa. Me dijo algo como que tenía que salir a las 5 de la mañana fuera de Santiago y por eso me dejaba a esa hora en casa. A mí me pareció bien dentro de mi aturdimiento, porque lo cierto es que no yo no estaba buscando amor, yo solo quería sexo y, sin duda, habíamos tenido sexo, además, yo prefería amanecer en mi propia cama.
Horas más tarde, cuando tomaba mi baño de costumbre y trataba de recordar el momento en el que estuve con Luis Alberto, mi mente se iba a negro. Era como que si esa experiencia hubiera sido borrada de mi mente. ¿Cómo había sido realmente esa noche? ¿Fue satisfactoria? ¿Por qué no podía recordar tocándolo? Tampoco recordaba haciéndole sexo oral, aunque él camino a casa me había asegurado que había sido espectacular masturbándolo.
¿Fue tan espectacular el sexo con él? ¿Por qué no podía traer esas imágenes a mi mente? No sabía por qué, pero tenía la sensación de que algo extraño había pasado. En mis flashes de memoria, veía a Luis Alberto alejando mi mano de su pene, pero él me aseguraba que había sido el mejor sexo que había tenido últimamente. Pensé que debía buscar la manera de estar otra vez con él. Necesitaba saber, sentir, disfrutar de verdad y ahora estaba decidida a no estar ni nerviosa ni tan ebria.
Llamé a Luis Alberto y le dije que quería volver a verlo. No me costó nada que aceptara. El siguiente sábado en la noche, sería nuestro nuevo encuentro.
Llegué ese día sábado, casi a las 10 de la noche, arreglada, perfumada y muy segura de mí misma, porque ahora sí quería disfrutar al máximo.
Toqué su puerta que por alguna razón, me parecía ahora más pequeña que la vez anterior. Al recibirme también me pareció menos guapo que la vez pasada. Su living también había encogido, fue una sensación extraña, sin embargo, me dejé llevar, volví a tomar demasiado sin comer y nuevamente ocurrió algo similar: tampoco pude recordar nada. Esta vez la sensación fue que ese hombre que me encantaba algo ocultaba y me propuse averiguar qué era.
La tercera cita me costó más que se concretara. Me dijo que esa semana se iba del país y estaba ocupado con sus últimos trámites, pero le dije que sería nuestra despedida, porque yo estaba encantada de verlo y que probablemente nunca más tendríamos esa oportunidad y que disfrutáramos una vez más.
Al llegar a su casa yo estaba decida a no tomar nada. Debía saber qué estaba ocurriendo. Al ingresar a su vivienda, que cada vez me parecía menos linda, su primera pregunta fue si había tomado algo antes y como yo no había dejado que me besara no podría notar mi aliento y le dije que sí.
Le aseguré que había tomado dos piscos sour con unas amigas y que estaba un poco mareada. Sonrió, y me trajo, al igual que la primera y segunda vez, un espumante y un margarita. Yo le dije que no quería emborracharme y me atreví y traté de tocar su entrepierna. No me dejó, diciendo que era muy temprano y que conversáramos, porque él quería saber más de mi vida.
Me di cuenta, sin lugar a dudas, que trataba de emborracharme y le seguí el juego. Cada vez que me traía un espumante, yo le decía que me trajera otro margarita, mientras yo tiraba el espumante en su gomero.
Procuré ir haciéndole creer que con el pasar de los minutos estaba más y más borracha. Dos horas después, casi a medianoche, hice como que ya no entendía nada. En ese estado, me llevó a su cuarto y comenzó a desnudarme. Frente a mí comenzó a sacarse la ropa y cuando estuvo desnudo, todo tuvo sentido para mí. Su pene era el más pequeño que había visto en mi vida…y bueno, yo podía decirlo con propiedad, porque tenía algo de experiencia en eso.
Me sentí estafada, yo no sentía nada y me pareció que ese hombre que siempre fue bello para mí, se volvía un hombre feo y despreciable. No por el hecho que tuviera un pene minúsculo, que para efectos de una relación de amor no sería tan importante, pero en una donde nuestro encuentro siempre fue pensado para tener sexo, me descomponía su mentira. De ahí en adelante fue todo desagradable.
Seguí con mi mentira porque no sabía qué reacción podría tener si me veía sobria, dejándolo en evidencia. Luego de ese momento que me pareció eterno, tuve que esperar hasta las 4 de la mañana para que supuestamente otra vez, como las dos veces anteriores, “me despertara”. Esta vez yo estaba en silencio y pude notar en su mirada algo de vergüenza. Tal vez sabía que yo sabía.
Sin suerte trató de buscar mi aprobación sobre “la estupenda noche que pasamos”. Yo solo lo miraba sin responder. Supongo que creyó que estaba aún algo borracha. La verdad es que estaba asqueada por su falsedad y su manera de buscar tener relaciones sexuales. Mi mente estaba en el mundo de “eres un imbécil y tienes un miembro pequeño que te avergüenza a ti y por eso tienes que mentir para conseguir tus propósitos”. Pensé ¿por qué no se operaba?, ¿por qué hacía este papel de hombre viril y era solo un estafador? Pensé, ¿y si lo funo en redes?…Y luego me dije que era solo un pobre ser y que yo había descubierto su secreto.
Al bajarme de su cuatro por cuatro con un portazo, me alejé alterada, pero más conmigo misma por haber seguido su juego. Fue entonces cuando él a lo lejos me preguntó, si quería volver a estar con él cuando volviera a Chile el siguiente año. Yo solo me di vuelta, lo miré y le dije: “¡Por favor! ya descubrí tu mentira. Esta noche no estuve ebria. Ve a engañar a alguien más. Eres patético. Adiós para siempre”.
Cuando dije esas palabras, el rostro de Luis Alberto se descompuso por completo y muy rápidamente encendió su automóvil y se perdió en la avenida sin dejar rastro ni de su vehículo ni de su vergüenza.
FIN
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Periodista, admiradora de la novelista chilena, Isabel Allende, busca liberar completamente su imaginación para concretar un sueño de su niñez que es llegar a ser una buena y reconocida escritora de cuentos.
En ese camino, le interesa abordar temáticas de la vida y las relaciones amorosas de las mujeres mayores de 40 años, debido que se trata de una época clave donde ocurren muchas transformaciones y replanteamientos.
Interesante, pero algo pueril con un decenlace simple. Hay que trabajar, el tema es bueno
Estimada Natasha, muchas gracias por tu comentario. La critica positiva es muy importante para mí, porque me ayuda a mejorar. Saludos.
Muy bien descrita , directa y concisa me atrapó en seguida , te felicito Cecy !!!
Muchas gracias Ricardo por tu amable comentario.
Muy buen relato, me conectó inmediatamente con la historia!! Felicitaciones!!
Mil gracias Isidora por tu amable comentario.
Buena historia, buen ritmo y logra sorprender…
Muchísimas gracias Luis Guillermo por tu comentario.
Ahí el porque del mito de los que tienen camioneta grande. Me gusto mucho el relato y que tengas mucho éxito en tus cuentos
Mil gracias Ricardo por tu comentario.
Excelente relato, algo de lo que se habla poco este cuento pone en la mesa una de las tantas situaciones que suceden en encuentros sexuales .
Muchas gracias Lucy por tu comentario tan amable. Saludos.