—Disculpe señor, si me permite la pregunta, ¿por qué alguien como usted podría interesarse en un viejo cachivache como este? —dijo el hombre acurrucado en el suelo bajo una raída y maloliente manta—. Es solo un pedazo de metal oxidado que saqué desde el fondo del mar.
–¿Y qué sabrás tú sobre estas cosas? ¡viejo mugriento! —replicó el noble, fulminándolo con la mirada—. ¿Acaso entiendes algo más allá de lanzar cebo y sacar jaibas del mar? –añadió con un gesto de desdén.
Era un joven de rasgos elegantes y mirada petulante, llevó la espada que sujetaba con la mano frente a sus ojos y la examinó detenidamente por todos lados. Era una espada corta y, aunque estaba algo oxidada, se notaban las inscripciones en la hoja y en el pomo de bronce relucía un emblema español tallado.
—Esta es una reliquia familiar… —dijo el joven noble con voz casi inaudible, como si hablara para sí mismo.
—Pues ahora que lo pienso —masculló el pescador con voz decrépita—, mi buen señor, eso que usted dice tiene bastante sentido. Cada cierto tiempo aparecen objetos raros en las trampas de jaibas que bajo y subo desde el fondo del mar, y hasta yo que soy viejo, como bien usted dice, y casi ciego por lo demás, puedo notar que la espada tiene cierto atractivo. Pero, ¿reliquia familiar? –dejó salir una risita entre dientes que parecía más una tos seca– ¿no estará usted exagerando un poco?
El noble lanzó una patada con fuerza a las jaulas que estaban en el suelo junto al pescador, haciendo que las jaibas se alborotaran en su interior y se escuchara el graznar de las gaviotas cercanas. Era una mañana fría y solitaria en el puerto, los pescadores recién terminaban de recoger sus últimos botes en la caleta El Membrillo, esperando al gentío que pronto llegaría a buscar el preciado alimento para sus hogares.
—Claro está que un anciano tan ignorante como tú sería incapaz de apreciar la nobleza y la elegancia, incluso si las tuviera delante de sus narices —espetó el noble con gesto airado. Luego, volvió su mirada a la espada y añadió—. Esta espada española es una reliquia de mi familia, estuvo perdida durante años y finalmente la he encontrado. –miró con desprecio al viejo pescador–. ¡Bah! ¿Pero qué sentido tiene seguir dando lecciones de historia a un simple pescador como tú? No posees ni la cultura ni, por lo que veo, el discernimiento para notar que el emblema tallado en el pomo de la espada es idéntico al bordado de mi jubón.
—Disculpe usted mi buen señor, no fue mi intención ofenderle—respondió el pescador en tono sumiso mientras esbozaba una reverencia con su cabeza—, solo estaba un poco intrigado, yo la estaba vendiendo como una baratija, ¿sabe? ¿Cómo me iba a imaginar que, por cosas del destino, iba a encontrar tan notable objeto en mis jaulas? Y por cierto… –agregó el viejo–, disculpe usted el atrevimiento, pero, ¿cómo ha ido a parar al mar semejante reliquia?
El noble puso rostro meditabundo unos segundos, sus ojos se desorbitaron y luego respondió en tono cortante.
—No es algo que te incumba… –dijo apartando la mirada con notable ansiedad–. Pero ahora que hago memoria, creo que andaba dando limosna a las rameras del puerto, como antes solía hacer, cuando de pronto un bandido intentó hacerse con mi bolsa. Por supuesto, me defendí valientemente con mi espada, pero el rufián era hábil, y aunque pude hacerle un corte, me arrebató el arma y se escapó al darse cuenta que ya se acercaba la policía.
—Pero señor, sé que soy de poco seso, como usted bien hace notar –replicó el pescador–, pero eso no explica cómo ha dado a parar en el mar.
El noble volvió a lanzar una patada con más violencia, esta vez asestó en el muslo del viejo, quién se retorció de dolor bajo las mantas e hizo un ahogado quejido.
—¡Ya te he dicho que me la robaron! El bandido la habrá lanzado al mar o se habrá caído con ella por andar de borracho ¿Qué más voy a saber yo?
—Disculpe usted mi arrebato, buen señor —dijo el pescador mientras se ponía de pie lentamente sin perder su postura sumisa—, un viejo como yo no está acostumbrado a recibir visitas de tan noble cuna por este muelle. Pero déjeme compensar mi insolencia. Ya que usted es el propietario de la espada, y en eso no hay duda alguna, se la puede llevar gratis. Y por las molestias que le causé, le regalaré esta –abrió una de las jaulas y extrajo un gran crustáceo tomándolo de las patas–, la jaiba más grande que pillé hoy.
El rostro del joven noble se mostró complaciente, pero en un instante se vio inundado por el dolor y la rabia. El viejo había acercado demasiado el enorme crustáceo a su cara y las grandes tenazas se habían agarrado firmemente de su nariz y garganta.
Mientras intentaba quitarse el crustáceo de la cara con cuidado de no desgarrar la piel, el noble exclamó un exabrupto, seguido de un ahogado chillido. Sus ojos, inyectados en sangre y pánico, se habían encontrado de frente con el viejo pescador, quien sujetaba con fuerza impresionante la espada clavada en su vientre. El viejo se había despojado de las mantas raídas, dejando a relucir un robusto torso muy propio de los pescadores.
—¡Aureliano era su nombre! —dijo con furia el pescador acercándose a su oído—. Mi hijo. Y no era ningún ladrón ni borracho, sino un joven valiente y honrado, algo que tú serías incapaz de reconocer, aunque lo tuvieras en las narices. Por defender el honor de su hermana a quién quisiste ultrajar, lo asesinaste con esta espada y lo lanzaste al mar. Pero yo estaba aquí, esperándote. Y ahora… te la devuelvo –torció la espada en su vientre desgarrando las entrañas y lo empujó con violencia.
Los ojos del noble nunca se despegaron de los del pescador, hasta que fue abrazado por el mar al caer del pequeño muelle, con una espada en el vientre y una jaiba en el rostro.
Buenísimo relato, me gustó la forma en que esta escrito, me transportó a la historia!!
Un final inesperado, que me dejó una sonrisa en el rostro y una reflexión sobre la importancia de la paciencia. Gracias!
La paciencia de un padre que ama a su hijo. Gracias por tu comentario Lilian! 🙂
No me esperaba ese final, bueno bueno em cuentito. Cortito y preciso
Un cuento cortit…