No hay comentarios

El mambo del Ayuntamiento

Tags:

Loading

Los mandamases del ayuntamiento habían asegurado al Arzobispo que la Caravana del Mambo Trepidante Interminable no iba entrar al pueblo, Señor no Señor, que los límites del pueblo esa gentuza no cruzará. Y ahí están ahora con sus burros y caballos emperifollados de telas relucientes, con pompones y cascabeles en sus orejas y panderos en sus ancas, que replican al son de su trote.  Más atrás los enanos saltando como si el piso quemase y escupiendo fuego ganándose la admiración de los niños del pueblo, de los niños del pueblo y de uno que otro adulto que se suma al tumulto que les da la bienvenida.  Bienvenida sí, porque en este pueblo no pasa ná, el Arzobispo es más autoridad que el Alcalde y hace años que la diversión, artilugio del maligno, está desterrada de este jardín del Señor. Muy jardín del Señor será, pero algo necesitamos que pasé acá —dice don Rosario, el carnicero, mientras deja su cuchillo ensartado en el costado de un cerdo que un gitano compró a escondidas para asar frente a la Catedral después del acto principal.

La Caravana entraba al pueblo e incrementaba su algarabía y nada lo impedía.  Era como una ola que iba sumando pequeñas posas de agua contenida y las hacía parte de su marea. Una marea que como toda ola llegaría a la costa a reventar. Tras los burros y caballos emperifollados y los enanos lanzafuegos, venía una camioneta de mejor pasado, en cuya parte trasera, dos payasos de sospechoso origen repartían vasos de vino y choripanes a quien se les acercase, no había impedimento de edad, bastaba que su cabeza superase el borde del pick up.  El Toalla Nova, borracho parte del inventario del pueblo, las hacía de barman y al vaivén de la vieja camioneta servía dos vasos de vino a repartir y uno a digerir.

Más atrás gigantes en zancos y payasos que se cruzaban entre sus piernas soltaban serpentinas y petardos, enarbolaban banderines con el logo de la Caravana, una banda de músicos y bailarines brindaban música de fiesta que invitaba al pueblo a sumarse a la juerga y beber y comer con ellos y disfrutar la vida, que la vida es una y hay que disfrutarla y que por fin algo se hace en este pueblo de vida amarga, ¡vamos a pasarla chancho!

La gente salía de sus casas con sus propios licores y banquetes y compartía con la comparsa, repartían dulces y queques y la fila de la Caravana se hacía interminable, la Caravana interminable no terminaba y no terminaba porque se sumaba gente y más gente y era interminable y si mirabas atrás, más allá de la carretera interestatal, aún se veía gente sumarse.

El último carro alegórico era el que se robaba las miradas, piropos y algo más, en él estaban las ninfas del oriente y occidente, del norte y del sur, una veintena de musas que ya habían inspirado a suficientes pero que no pararían por muchas primaveras de inspirar a tantos más. Al vaivén de sus caderas decenas de hombres de todas las edades caían rendidos, sus contorneadas piernas y suculentos muslos prometían el cielo y el infierno, y daba lo mismo cuál era cuál.

El Arzobispo no podía soportarlo. Su inmaculado pueblo se manchaba con la tentación del coludo. La Caravana ya se acercaba al centro del pueblo sumando en cada cuadra más adeptos a su bacanal, carromatos, carretas, bicicletas y triciclos con banquetes repartían comida y licor a los comensales, la música inundaba las calles y salía por las ventanas de las casas, de las casas por sus ventanas bailes cadenciosos invitaban a vecinos, conocidos, desconocidos, gente de paso y otros, todos sumidos en un baile interminable, cuerpos unidos en un trance de baile sin fin, cuerpos sudados siendo uno. Romances reprimidos salían a la luz y fugaces otros amanecían en esa comparsa de organillos y trompetas, zancos y payasos, choripanes y vino barato en vasos plásticos y pollo y papas fritas en las manos.

Arzobispo y Alcalde, más la fuerza policial esperaron la entrada de la banda al barrio cívico, lo polis se armaron, por orden del Arzobispo debían parar esa ofensa a los ojos de Dios, acarrear a los borregos del Señor de vuelta al rebaño y a los impíos llevarlos más allá de las riberas del río Grande, donde se termina la ciudad. Pero el poder de la Caravana era muy grande, el pueblo completo en júbilo, júbilo suprimido por años venía como una avalancha sobre el Arzobispo y sus santos, sobre el Alcalde y sus normas.

De las ninfas Leslie Trufa era la más deseada. Morena de ojos verdes con un contorneo inusual, al centro del carro destellaba a cada son de la banda.  Los polis hicieron su intento, pero fueron cayendo en la tentación. Un par por acá otro par por allá, guardaron sus lumas y sacaron las propias sumándose al descontrol. El sol se ponía y la noche prometía más distorsión. Ya las ninfas de la Caravana se multiplicaban y también borrachos a la orilla que evacuaban los excesos de comida y alcohol para luego seguir comiendo y bebiendo. Las mujeres, señoras de la casa, pasaban a ser ninfas sin ningún cuestionamiento, y en esto sí que no miento, no vi ningún hombre quejarse, de este nuevo enjambre. El trasero de Leslie Trufa daba clase, de acá p´allá, de allá p´acá, y las alumnas aprendían como un celaje.

Leslie Trufa se adelantó unos pasos y liberó su cuerpo ataviado de las sedas del vestido y así en ropas menores se lanzó a los brazos del Alcalde, ¿no me extrañas mi amor?, ¿tanto tiempo que no me llamas y no me vas a ver?, ¿qué ha pasado con nosotros que de mi te quieres desatender? Y se lanzó sobre el Alcalde quien extrañado y entusiasmado la abrazó —toma mi amor—Le recibió una píldora envuelta en su lengua y sobre un trono que sólo él veía dirigió el carnaval el resto de la noche. Para el resto de los comensales figuraba ahí, con la corbata a modo de cintillo, la camisa fuera del pantalón, sus kilos demás no contenidos abrazando a Leslie Trufa mientras su lengua limpiaba los dientes de su doncella por detrás. El último recuerdo colectivo del alcalde es siendo llevando en andas en calzoncillos, por sobre las cabezas de los demás gritando al viento ¡¡te amo Leslie Trufa!!

Katty Carlotta Bombón, compañera de baile de Leslie Trufa, reconoció a lo lejos a ese vejestorio que dos veces por mes visitaba a su abuela, le daba paz en la cama donde yacía postrada hace años y luego, antes de marcharse, pasaba a su pieza a despedirse de ella. Quien iba a decir que el viejo de mierda era el Arzobispo de este pueblucho cartucho de mierda —se oyó que dijo cuándo escupió el trozo de una longaniza y se abalanzó sobre el vejete de blanco. ¿Qué hace hija por Dios? Le vengo a devolver todas las buenas noches que me dio de niña, padre. Y se lanzó sobre él.  Sacristanes sin polera aplaudieron a rabiar, otros alegaban que hasta el vino de misa se había acabado.

La plaza del pueblo esa noche fue de la Caravana del Mambo Trepidante Interminable, de todos los lugares del pueblo llegaron a presenciar el espectáculo.  Los pocos que llegaron a protestar, de a poco, fueron hechizándose con la música, la pachanga, el alcohol, la comida y el sexo que esa noche el pueblo más casto de la región conoció sin freno aparente. La pequeña plaza del pueblo fue testigo de esa noche. Del paso de la Caravana del Mambo Trepidante Interminable que hechizó a sus habitantes.  Vio el anochecer y el amanecer, la separación de matrimonios y el nacimiento de noviazgos, el asesinato de ocho vecinos y la gestación de otros cuantos que nueve meses después colapsaron la maternidad del hospital local. Lujuria y descontrol de un pueblo reprimido por sus autoridades.

Toalla Nova, el borracho del pueblo, fue nombrado rey y llevado en andas lo hicieron entrar en el ayuntamiento, dicen que estuvo días bebiendo sin parar, aún después del paso del carnaval. Se dice que todavía se encuentra, como especie de amuleto protector de la alcaldía, la improvisada vasija que utilizaba para vomitar.

A la mañana siguiente, tal como llegaron desde el norte, se fueron por el sur, algunos, los que pudieron ponerse de pie, los siguieron en comparsa y bailoteo hasta los límites del pueblo. Todos sin distinción recuerdan el día que la Caravana hizo suyo el pueblo.

Al Arzobispo y al Alcalde nadie los volvió a ver en el pueblo. Dicen las malas lenguas que son los nuevos números de la Caravana y que gozan de gran éxito.

FIN

¿Te gustó el relato?
Por favor puntúalo a continuación y visita más abajo la sección de comentarios.

¡Participa en la discusión en torno a este relato!

5 2 votos
Puntuación
Suscríbete
Notifícame acerca de
guest

0 Comentarios
Inline Feedbacks
Ver todos los comentarios

Entradas recientes

Comentarios recientes

Entradas similares

Mostrar Botones
Esconder Botones
0
Por favor deja tu comentario.x