Reconozco que he degollado al coronel Wirth Trautmann, a quien consideraba a estas alturas mi amigo y que a falta de tinta con la cual dejar testimonio, escribo este documento con la sangre que a borbotones expulsó por horas su cuello. Aclaro si, que no por esta confesión debe considerárseme un cruento y sádico asesino, no por favor. Muchos me someterán a ese juicio y con justa premura. No obstante, mi vil acción se debió a que su locura ya comenzaba a atentar contra mi integridad física y con ello, el mensaje que debo entregar al resto de la humanidad corría peligro.
Lo que escribiré en este documento no es tan sólo el relato de mi experiencia como parte de la expedición que la Ahnenerbe, la división de búsqueda esotérica y arqueológica de la SS nazi, según me confesara más tarde mi amigo Trautmann, realizó a las zonas cercanas al Lago de Todos los Santos, en la ladera este del volcán Osorno, en Agosto de 1938. Sino también, testimonio gráfico del horror que habita en las profundidades de las montañas aledañas a Los Andes, y que por desgracia me tocó presenciar.
Yo, Carlos Morales, fui uno de los veinticuatro oriundos de Puerto Montt y Calbuco contratados por los alemanes, como apoyo a su empresa, por nuestro conocimiento de la zona y otros menesteres en los cuales cada uno se destacaba. Sé que Trautmann dejó también testimonio de lo innombrable, y aunque en él exprese que mi juicio está en contradicho, y que mi capacidad para distinguir la verdad es difusa, yo discrepo de ello. Siempre fui un hombre de juicio certero, escéptico a las historias fundadas en el folklore y ante todo de un exhaustivo, objetivo y analítico proceso de los sucesos, por tales motivos, la apreciación del coronel me es meramente banal y recomiendo considerar su veredicto como el surgido de una mente febril acosada por los demonios que la carcomían.
¿Cómo llegué a ser parte de esta expedición? No es muy complicado, de niño fui cercano a las aventuras y amante de las historias sobre descubrimientos arqueológicos. Revistas y libros que hablaban sobre exploradores de mundos desconocidos, descubridores de antiguas civilizaciones escondidas en remotas ubicaciones del planeta, encendían en mí las pasiones y alegrías que, a cualquier otro niño hacía un tren de juguete eléctrico, un partido de futbol en la escuela o un buen baño con los muchachos del pueblo en el estero del fundo que fuera de Los Correa. La evolución del hombre como ser pensante y la misma evolución de las especies también fue uno de mis amores púberes. No fue extraño entonces, convertirme en un amplio conocedor de la geografía volcánica y lacustre de la zona, como vendedor a trato para el gobierno, de extensas tierras que colonos ingleses y alemanes adquirieron a ridículos precios y guía turístico ocasional de capitalistas excéntricos de la industria petrolera norteamericana.
Fue el propio Trautmann el que me reclutó, una fría tarde a fines de julio. Estaba en un bar, tratando de arreglar mis finanzas a la sombra de unos dudosos vinos sin filtrar cuando un ajeno a la zona, de aspecto europeo, vestido con una larga gabardina, entró y se sentó junto a mí. Pidió al mesero dos escoceses Highland, lo que era ya mucho para ese cuchitril perdido en el sur del mundo y se presentó: ¿Señor Morales, Carlos Morales? Sí, ¿con quién tengo el gusto? El europeo se presentó ansioso. Mi nombre es Trautmann, Coronel Wirth Trautmann. Y extendió una huesuda mano blanca que ahora me arrepiento tanto haber estrechado.
El coronel alemán me comentó el motivo de su presencia ahí. Junto a otro oficial de la SS comandaba una expedición a la zona boscosa y lacustre que se extiende entre el volcán Osorno y el Tronador, buscaban “algo” de gran importancia para el Reich, un “objeto de poder” oculto en una ciudad pérdida en las montañas aledañas a Los Andes. El coronel Trautmann estaba bastante bien informado sobre mis quehaceres laborales y sociales y dada mi pericia en la zona, contar con mis servicios les era de vital importancia. ¿Mi paga?, cien hectáreas del fundo de Los Correa, en la zona de Las Cascadas, a orillas del lago Llanquihue, una zona de gran riqueza y productividad, una oferta que para siete días de trabajo no se podía rechazar.
Partimos el 7 de agosto de 1938, el coronel Trautmann, su oficial alemán y veinticuatro lugareños que yo comandaba. Nos embarcamos en el lago Todos los Santos hacia su orilla este, al poblado de Peulla, desde donde continuaríamos a caballo y luego a pie hacia las montañas que inician Los Andes. El Volcán Osorno y sus alrededores no eran el objetivo, pude darme cuenta a poco andar. La expedición debía adentrarse en el primer cordón montañoso de Los Andes, más específicamente en el Volcán Tronador y lo que sus glaciares eternos ocultaban.
La navegación y la cabalgata no tuvieron mayores problemas. Recurrentemente Trautmann acudía a mí por alguna explicación, algún dato sobre este o aquel otro monte o comentarios sobre las leyendas mapuches de la zona. Era el único que hablaba español de los dos alemanes y fui cuidadosamente ganándome su confianza a través del viaje. Llegados a los pies del Tronador dejamos los caballos amarrados a un viejo coihue. La huella que seguimos a pie se adentraba en un sinuoso y escarpado trecho donde desaparecía toda señal de verdor y el hielo y la nieve se apoderaban del ambiente a cada paso. El frío calaba los huesos y las formas montañosas cubiertas de permafrost parecían desafiar toda figura geométrica conocida. Al cabo de unas horas, siniestras estructuras rocosas, que ahora maldigo haber conocido, se presentaban ante nuestros ojos de forma desafiante. A continuación, una profunda garganta se hundía a los pies de la montaña congelada.
Descendimos y di la orden a mis hombres de prender sus linternas y avanzar, mas no fue mucho lo que entraron en la caverna. Cuatro de ellos salieron corriendo despavoridos, sus expresiones faciales eran indescriptibles, uno de ellos cayó muerto por lo que sospechamos fue un fallo cardiaco fulminante, los otros tres corrieron hasta perderse en la oscuridad azulina del hielo eterno gritando cosas incomprensibles hasta que ya el silencio del frío los hizo suyo. Armé un segundo grupo de avanzada, esta vez iría Trautmann y yo con ellos. Avanzamos con nuestras linternas y un par de revólveres cargados en el cinto. Lo que descubrimos fue algo aterrador, a ambos lados de la caverna, que se había estrechado a sólo un par de metros de ancho, cientos de seres disecados de aspecto repugnante, sujetos a la pared por una especie de brea, nos acechaban amenazantes. Su aspecto era humanoide, sus cabezas parecían corresponder a anfibios y sus cuerpos de tamaño medio presentaban diversos apéndices, sus ojos, algo almendrados sulfuraban una tonalidad roja brillante.
—¡Lucho, lucho, sácale l´ojos, son joyas, el joyero de Puerto Varas nos dará buenos pesos por estos!
—¡No toquen nada! —dijo Trautmann de forma enérgica, mientras el hombre que se había atrevido trepar la momia bajaba de ella.
Pero fue tarde su advertencia, la figura momificada abrió sus fauces de manera exagerada y sin mayor advertencia devoró la mitad del infeliz que osó profanarla. Lo que vino, y lo escribo tal como lo vi, fue un desenfreno de locura y descontrol. El alemán que acompañaba a Trautmann, ciego de codicia y fama, quiso fotografiar al monstruo abisal que había despertado, pero no consiguió más que ser devorado por otros tres que aparecieron desde las sombras. Los hombres lucharon por defenderse descargando sus armas en las alimañas del infierno, pero todo era estéril.
Trautmann me tomó de un brazo y nos ocultamos detrás de un risco que encontramos en la caverna.
—¡Tengo la forma de seguir con esto, espera acá, a ti te necesito Carlos!
—¡Que hace Trautmann, no saldremos vivos de esto!
El coronel Trautmann sacó de su bolso una extraña miniatura de no más de diez centímetros cuya forma era idéntica a la de los anfibios antropomorfos que devoraron a toda nuestra delegación, la alzó con ambas manos y en una lengua ininteligible, probablemente originada en la infancia del mundo, comenzó un extraño rito en el cual él mismo fue envuelto en un aura malévola. Mi amigo se elevó por sobre los seres y su bacanal de muerte. Éstos uno a uno volvieron a la pared de la caverna, envueltos en la brea, a su sueño eterno.
Quedamos cuatro hombres, todo el resto de la comitiva fue devorado por esos seres antediluvianos. Trautmann no quiso explicar nada de lo sucedido. Luego en un momento de descanso, me dijo que el Reich ya había estado acá hace unos años. De aquella expedición, sólo él había sobrevivido y llegado hasta las puertas de Trapalanda, la ciudad de hielo perdida en Los Andes, donde aguardaba el objeto de poder que el Reich necesitaba para dominar el mundo. Los otros dos hombres rezaban, pero a esta tierra de locura no llegan los oídos de Dios.
Trautmann loco de ambición y demencia, nos obligó a seguirle. Caminamos por horas adentrándonos a las entrañas de la montaña. Extrañas formas arquitectónicas se abrían paso ante nuestros ojos. Obeliscos que amenazaban con tocar el cielo oscuro de ese agujero de inmundicia, mausoleos de hermosos relieves, edificios donde el hielo se fundía en oro y plata y hermosos objetos de construcción ancestral, que relucían ante nuestra presencia.
—¡Ya estamos cerca Morales, me encargaré de que el Führer te recompense bien!
Caminamos un poco más y llegamos a un altar de una hermosa pero monstruosa majestuosidad. Su belleza era tal que desafiaba a la Creación de nuestro Señor, me persigné y arrodillé ante ella. Trautmann pisó con sus botas firmemente el primer eslabón del altar y saltó sobre él, quebró con la culata de su arma el fondo de hielo que cubría el monumento y con la ayuda de mis dos hombres extrajo de él un bastón de madera que levantó triunfante. Carcajeaba embriagado de frenesí.
—¡Hey Morales, ¿sabes qué es esto? ¡es el Bastón de Mando, el Bastón de Dios, el que usó Moisés para separar el mar Rojo! ¡Ahora lo reclamo en mi nombre y en el del Führer, por el levantamiento del Reich por sobre las naciones del mundo!
En ese preciso instante un grito espeluznante provino desde el altar, uno de los hombres era tomado por una especie de tentáculo y alzado para luego ser dejado caer. Trautmann ya nos adelantaba un par de pasos, intentamos ayudar al hombre, pero fue aplastado por una criatura de enormes dimensiones que ciertamente no puedo describir. Lo innombrable, prosiguió su cacería hacia nosotros.
Las paredes de hielo comenzaron a quebrajarse, el hombre que iba conmigo tropezó y llorando imploró por mi ayuda. Lo ignoré. Recuerdo sus gritos de dolor, en este frío infernal. Mientras la vida se me escapa, vuelvo a revivir el horror de oír su carne al ser desprendida de sus huesos por la criatura de hielo que ahora viene tras de mí.
Conseguí alcanzar a Trautmann cuando éste colocaba cargas de TNT en diversas partes de la garganta, a la entrada de la caverna. Sujetaba el Bastón con firmeza. Pareció ignorarme y detonó las cargas. La explosión sepultó la entrada a la ciudad subterránea y tras ella los aullidos de la criatura.
Trautmann me apuntó con su revólver.
—¡Lo siento Morales, fuiste de gran ayuda, pero no quiero testigos!
Su pistola disparó. Me abalancé sobre él y pese a la diferencia física logré reducirlo. Lo amarré a un viejo tronco. Tengo una herida de bala que no ha parado de sangrar. Han pasado dos noches y la criatura abisal no ha parado de rasguñar la pared de hielo que nos separa de él. Mi amigo Trautmann liberó sus manos y ha escrito en su libreta el que creo es su testimonio. Maldiciendo estas tierras y lo que esconde la montaña. Quería que lo liberara, intentó sobornarme, me lanzó hechizos y me habló en lenguas cuyo origen no quise ni quiero conocer. Cansado ya de todo le cercené el cuello al anochecer, junté su sangre en su cantimplora y escribí este testimonio que espero sea encontrado por algún bienhechor.
El guardián, la bestia, la criatura innombrable ya está cerca tras la pared de hielo y viene por mí.
Cierren para siempre la entrada a las entrañas de El Tronador.
FIN
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Gracias Osvaldo, así es, es una historia muy interesante considerando que esta ficción se basa en una expedición que es verídica llevada a cabo por efectivos del ejercito alemán en 1938 en esa zona.
Saludos!!
Iván Olguín
8 meses atrás
Se siente la vibra Lovecraftiana. Algo de indiana y Moby Dick también.
Felicitaciones Ramiro!
Gracias Iván por tu comentario. Efectivamente quise homenajear al gran H.P Lovecraft y de paso me quedó medio Indiana, para serte sincero no pensé en Moby Dick, pero super si hay algo de ello ahí!!
Además me basé en datos históricos que cuentan que esta expedición habría existido y nunca se supo que andaban buscando, saludos!!
Jorge Fernández
8 meses atrás
La mezcla precisa de horror y conspiraciones con toques sobrenaturales. Felicitaciones!!
Contador Auditor de profesión. Lector entusiasta de terror, ciencia ficción y novela histórica. Apasionado de la escritura. Ha participado en diversos talleres literarios. Cuentos suyos han aparecido en las antologías “En-cuentos Online: Ficciones para Zoomergirse” (Signo Editorial 2021) y “Monstruos de Navidad” (diciembre 2022) e-book de descarga gratuita.
Se encuentra trabajando en su primera novela y en una antología sobre mitos de la Isla de Chiloé junto a un grupo de escritores amigos.
Muy entretenido mr gusto
Gracias Marisol!!
Muy interesante
Gracias Osvaldo, así es, es una historia muy interesante considerando que esta ficción se basa en una expedición que es verídica llevada a cabo por efectivos del ejercito alemán en 1938 en esa zona.
Saludos!!
Se siente la vibra Lovecraftiana. Algo de indiana y Moby Dick también.
Felicitaciones Ramiro!
Gracias Iván por tu comentario. Efectivamente quise homenajear al gran H.P Lovecraft y de paso me quedó medio Indiana, para serte sincero no pensé en Moby Dick, pero super si hay algo de ello ahí!!
Además me basé en datos históricos que cuentan que esta expedición habría existido y nunca se supo que andaban buscando, saludos!!
La mezcla precisa de horror y conspiraciones con toques sobrenaturales. Felicitaciones!!
Muchas gracias Jorge, el cuento es un homenaje al maestro del horror cósmico, el gran Howard P. Lovecraft, a un día del 86avo año de su muerte.