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Camina por el parque. De pronto, siente una sombra que se acerca por su costado. Mientras intenta racionalizar esa sensación, un tirón del bolso que llevaba en la mano, despierta su instinto. Aprieta la mano y defiende el bolso como si fuera su pasado.

La lluvia, el frio, los gastos, las responsabilidades, los imbéciles con cargo, los ciegos, los sordos, los mudos, la rutina, los sueños soñados que en la puerta retroceden y se alejan, y vuelven a ser sueños. Los otros sueños, los que no puedes soñar. No es interrumpir lo que quieres por lo que debes hacer con urgencia, es hacerlo como si quisieras y sin apuro. No es un espacio. No es un momento. No es la culpa. No es la soledad. No son los olores. No son los colores. No son los errores. No son los dolores. No son las ausencias. Es esa voz que me manda y que no puedo callar. SalÍ a caminar.

Se niega a soltarlo. Su animal interno defiende lo que es de su propiedad. Caen al suelo, grita, mientras su mente analiza rápidamente lo que lleva en el bolso… nada importante, se dice. Su cuerpo se cansa y le duele. Y si dejara…? Nada. El instinto ahoga cualquier pensamiento racional y sigue defendiendo Lo Suyo. Y finalmente, la sombra es más humana que ella y se va, dejándola en el suelo, herida del alma y del cuerpo. Pero con bolso.

Me resistí a hacerlo cuando la vi en el parque. Pero La Voz…  Podían ser los lápices de colores que pedía mi hija y un huesito para darle sabor al caldo, para recordar los de antes. Parecía fácil, sería rápido, ningún herido, Dios me perdonaría. Y a la señora en unas semanas se le habría pasado el susto. Yo lo recordaré, eso sí.  Como cada cosa que he hecho por escuchar esa voz del instinto, que canta con las tripas y se arranca por los ojos.

Corre gente a ayudarla, le ayudan a pararse, se sacude. Que de gracias que no le pasó nada, le dicen… Ella los mira con estupor… Es que lo que le pasó no se ve con los ojos o no dirían semejante torpeza – piensa.  “ Le debe una a La Vida!” – escucha que le gritan… Y, dejando atrás a esos ángeles tardíos, sigue su camino sola, silenciosa y pensativa….

Si. Me resistí a hacerlo. Pero más se resistió la vieja. Sería que llevaba algo importante, fotos, cartas, qué se yo… Nos caímos. No soltó el bolso. Lloraba. La dejé. Total – pensé – mi chiquilla aún tiene unos choquitos pa’ pintar, y el agüita de verduras igual es sanita.

Piensa que no le debe nada a la Vida. La Vida le debe a ella. Le debe el arcoíris de su vejez. Caminar sin miedos, una tina caliente con burbujas y un rico aroma.

Me alejé caminando, esperando a La Voz y la Vida que me prometieron de niño. Esa Vida que aún me debía el volantín y la guata llena.

Siente que La Vida le debe el silencio sin culpa y el año sabático, la calma sin interrupciones. El viaje soñado. El descanso sin final.

Me debía el ocio sin culpa. El polvo sin culpa. El gol memorable, el orden sin tiempos. La entrada al circo en palco. El descanso sin final.

Toma su espejo y no se ve.

Encontré un espejo y no me ví.

FIN

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