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Todos madrugaron el veintisiete de febrero como estaba acordado.  Mario mató una vaquilla para dar de comer a todo el tropel de hombres que colaboraría con las cosechas de su predio. Lucy preparó el fogón, trajo baldes de agua para enfriar las cervezas y las sandías, peló las papas, desgranó las arvejas y trozó el zapallo. Los niños revoloteaban en los ventanales, riendo y fingiendo una y otra vez que veían venir la enorme máquina roja. Las carretas estaban preparadas, los bueyes enyugados, las agujas y los sacos dispuesto para el evento.

El recóndito predio de tierras montañosas se encuentra acunado por un caudaloso río que le dio su nombre, precisamente por encontrarse bajo su cloaca rocosa y desembocada, que rompe con todo lo que cruza. El cielo está limpio. Los coihues, arrayanes y mañíos visten el fondo del escenario y la luz del sol atraviesa sus ramas para iluminar los manojos del trigo secos y dispuestos para la recogida.

Mario da el último recorrido, frota espigas de trigo y sonríe mientras mastica algunos granos. Qué lindos y grandes crecieron este año. Si logro vender al menos la mitad de la cosecha, podré comprar el camión para bajar la leña. Saca algunas estacas para que pase la máquina y a cada minuto mira hacia el valle donde está su casa, ve el humo del fogón y el sol avanza, ¿Qué le habrá pasado a la bonita? si se retrasa, no alcanzaré a cosechar, pensaba.

Días atrás, se juntaron las familias del sector para celebrar la llegada de “la bonita”, única máquina que llegaba a esos lugares tan lejanos y perdidos. Hicieron una fiesta con baile y tomatera, para eso nunca falta la plata, mientras echaban a suerte para ver qué días pasaría la máquina por cada finca. Dos o tres días para cada uno, según cuanto hubiesen sembrado. Para Mario, recayeron los días veintisiete, veintiocho y veintinueve de febrero.

—¡No es buena fecha para cortar na! —chilló la vieja Bernardita, mientras sacaba cuentas con los dedos y restregaba sus dientes con su lengua —año bisiesto —musitaba.

—¡Qué cierres el pico o te lo mando a cerrar vieja alcahueta! —Replicó Mario, quien no estaba para ese tipo de bromas. Hablar de la suerte en el amor o en las cosechas en estos lugares, era sagrado.

—¡Bah! ¡Qué me parta un rayo si no es cierto lo que digo! —Contestó la vieja y escupió el comistrajo que sacó de sus dientes.

Mario se ha ido al río, se recuesta entre las rocas para beber agua desde la corriente y salta de piedra en piedra siguiendo su cauce hasta divisar el camino. De repente es su corazón el que salta, cuando a lo lejos ve a su invitada cruzando el puente, imponente y linda y con ella, toda la gallá montando caballos o tirando carretas. Todo es una alegría, un jolgorio que recién comienza. El hombre se apresura de regreso a casa para dar inicio a la faena.

—¡Que la vi recién, cruzando el puente Lucy…!  —Y no acababa de decir aquellas palabras, cuando un hombre montado en su caballo le da las noticias.

La bonita se quedó pará en el puente oiga. No quiso avanzar más. Primero tiró un humo negro, dio unos zapatazos trac trac trac y se chantó. No hay caso que la puedan hacer andar… paré que no vamos a poder empezar a cosechar hoy día vecino.

Mario guardó silencio, tomó su sombrero y se dirigió al puente. La máquina también estaba en silencio con todos los hombres sobre ella. Algunos moviéndoles las tuercas, otros apretando botones, los más temerosos rezando en silencio y acariciándola como si los fierros fueran a cobrar vida, pero la máquina no partió.

—Hay que cambiarle algunas piezas —dijo el maquinista —Mañana compraremos repuestos. Lo siento Mario, comenzaremos con tu predio en dos días, sin falta el veintinueve de febrero.

Año bisiesto, pensó Mario.

Para sorpresa de todos, los repuestos vuelan desde la ciudad. A las siete de la madrugada se ve al maquinista y a un hombre, el de la cascada, encendiendo motores y avanzando hacia otro campo. No es el campo de Mario. Es el campo de aquel hombre. Es un día no más el que necesito, yo le pagaré con creces el favor que me hace. Mario no tiene por qué enterarse. La necesidad tiene cara de hereje, dicen algunos, mientras echan al bolsillo la honorabilidad de su palabra.

Mario por su parte, también madruga y sale a dar vueltas por los potreros. Mira su trigo, está seco, las espigas abiertas ya dejan caer algunos granos.

En los potreros de aquel hombre, se ve girar a la bonita, cortar, separar la mugre del trigo. Se ve costurar sacos llenos de hermosos granos, cayendo del sin fin de su retorno, mientras el sol se impone con fuerza como testigo mudo de la traición.

Mario otra vez en el río. Se ha vuelto un poco niño y cuenta los segundos en que mantiene su cuerpo sumergido en esas aguas congeladas. De repente un ruido. Es una bandada de treiles que en su trinar anuncian que algo se avecina. Frente a sus pupilas añorantes, el cielo anaranjado comienza a cubrirse de negras nubes que vaticinan un cambio inesperado en su porvenir cercano.

Ya cae la tarde y no hay estrellas en la noche. El cielo ruge, ladran los perros, los zorros gañan, el frío cae. El cielo es negro, se escuchan truenos. Y de repente una gota de agua en el cinc de su techado, otra gota y otra gota. Como sumido en un pozo de miedo Mario no duerme, su corazón salta. Se hace tormenta. La noche es larga. El viento aúlla y la lluvia no deja de caer ni por un minuto. Cae y cae, como si el mismo cielo se estuviese cayendo. Año bisiesto.

La madrugada ha inundado de tristeza el campo, mientras el grano de trigo yace sumergido en los charcos que ha dejado el aguacero, no hay espigas que hayan quedado de pie frente a la gran tormenta. Y allí está Mario, solo, endureciendo su alma como si no doliera, frente a su siembra pisoteada por la lluvia como si no la viera. Año bisiesto repite Mario una y otra vez, año bisiesto, mientras salta por las rocas alimentando con sus lágrimas el caudaloso río.

FIN

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Thiago

«El mundo es de los vivos», decía mi abuelita y Mario fue confiado. A veces la palabra no vale nada. «Pago por ver», decía mi abuelo y el precio que pagó Mario, sin saber, fue muy caro. Sembraste la esperanza de que pronto iba a llegar «la bonita», pero llegó primero la lluvia. Además que con las fechas uno piensa otra cosa. Buen relato Areli. Sigue encantándonos

areli

los abuelos tienen razón…. mas vale el diablo por viejo que por diablo jajajjaaj…. gracias Thiago por tu comentario. Me animas

Thiago

Entiendo, aunque debo decir que el adagio se refiere a la sabiduría: «Más sabe el diablo, por viejo, que por diablo». En cambio:»Más vale pájaro en mano, que cien volando «, pero eso, lo decía una tía.

sandra

El clima jugó en contra ¡Sí! quizá por ser año bisisesto, pero nadie quita que la gente que manipulaba a la bonita se vendió 🙄 ¡pobre Mario! La decepción hermano 😕

Areli

sobre todo eso, verdad? lo poco que vale la palabra y lo fácil que nos vendemos a veces.
Gracias por tu comentario hermana.

Valeria Obregon Martínez

Qué triste!

Areli Ulloa

Triste y lo peor que muchas veces ocurre! El clima es impredecible… tanto trabajo, tanto esfuerzo para que en un solo día todo se vaya a las pailas.

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