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Se despertó como todas las mañanas con el tono agudo estridente del despertador de su mesa de noche, que de lunes a viernes rompía el silencio de la habitación a las 6.22 A.M, dándole ocho minutos para desperezar y levantarse a las 6:30. Puso ambos pies sobre el piso frío y sintió una sorpresiva y movediza aspereza que, aunque leve, incomodaba su rutina. Pero si ayer llamé a mi madre a las 17:52, hablé con ella siete minutos, comencé a barrer a las 18:00 y terminé a las 18:34, como siempre. No tendría que haber polvo, pelusas, ni nada parecido en el piso. Si hubiera olvidado pasar la escoba por su dormitorio le hubieran sobrado cinco minutos y treinta segundos. Se dirigió al baño sin poder sacar de su mente el misterio y producto de eso, su ducha duró dos minutos más de lo habitual. Así se lo indicó el reloj anti-agua puesto en la pared del baño. Mientras se secaba, miró el cerámico del piso de la regadera y tenía arena. Había arena en todo el baño. No había explicación, pues no había ido a la playa en una semana. La única que tiene copia de la llave de entrada es Sofía y no creo que ella haya venido con sus amigos sin avisarme. Cuando le di la copia le dije que sólo la usara en caso de emergencia, o sea en caso de que yo me muriera y que no tocara nada de adentro. Muy sobrina regalona será, pero no tiene derecho a venir sin avisarme.

Se afirmó la toalla a la cintura y volvió al dormitorio, percatándose de que había huellas de arena con formas de pies en el trayecto. Miró la cama, llevó hacia atrás sábana y cobertor para ordenar, pues ya eran las 06:42, frunció el ceño, achinó los ojos y descubrió que allí también había granos de arena. Tomó el teléfono con impaciencia y marcó el número de su sobrina. Sofía, no me importa que sea tan temprano, pero me tienes que aclarar si estuviste aquí ayer. Te he dicho que no me gusta que vengas sin avisarme y menos si has ido a la playa con tus amigos. Pero ahora es el colmo. Cómo pudiste Sofía, ¡usaste mi cama y la dejaste con arena! Eso no se hace, has roto mi confianza. Pero tío, yo no he ido a tu casa y menos con amigos. Ya te pusiste paranoico de nuevo. Me arrepiento del día en que me pasaste la bendita llave. Nunca he ido sin avisarte. Es más, sólo he ido cuando me lo has pedido. Y nunca he tocado tus veintiunmil relojes. Sofía se despidió y le deseó un buen día por cortesía, aunque por dentro hubiera querido mandarlo al carajo.

Aún más desconcertado y francamente atrasado en siete minutos, se preparó para vestirse y al sacarse la toalla se percató de que ésta también estaba llena de arena. Comenzó a mirar su cuerpo desnudo frente al espejo y con pánico se dio cuenta de que estaba lleno de arena. Se frotó con fuerza piernas, brazos y espalda y cayó arena al piso. Mientras más frotaba, más arena caía. Sacudió con sus manos su cabellera y como caspa abundante, saltaban al espacio granos que orbitaban brevemente su cabeza y se precipitaban al suelo como cometas. Empezó a golpear su cara con las palmas para despertar de este mal sueño, pero lo único que conseguía era soltar más y más arena.

Aló, sí, es una emergencia. No, no tengo ningún brazo adormecido, sólo un poco por la espera al teléfono. No, tampoco me cuesta hablar. No soy muy comunicativo, pero no porque me cueste. No, tampoco se me ha caído un lado de la cara, bueno, no soy muy simétrico, pero tengo la misma cara de siempre. De acuerdo, voy a verificar, estoy cerca de un espejo. Confirmado, tengo la misma cara de siempre, solo que la tengo llena de arena. No, no porque me haya caído. ¿dolor de cabeza, quemaduras, deseos de suicidarme?, tampoco, nada de eso. Pero cómo, que espere en línea. Ya esperé antes nueve minutos y treinta y dos segundos. Necesito ayuda, me estoy desvaneciendo. No, no de desmayo. Literalmente, parece que estoy desapareciendo, me estoy haciendo polvo, bueno, arena. ¿Aló? ¿aló? ¡Me colgó!

Marcó nuevamente el número de Sofía, pero estaba perdiendo fuerza para sostener el teléfono. Se le cayó como arena entre los dedos. Su voz empezó a sonar arenosa. ¡Sofía! Sssooofffiií… ¿Aló tío? ¿Estás bien? ¡Tío! Contéstame.

Cuando Sofía abrió la puerta y corrió al dormitorio, se encontró con el montículo de arena junto a la cama. El tiempo de su tío había acabado.

FIN

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